El diario mexicano Cuarto poder dio el 21 de noviembre la noticia de la partida de Ricardo Cuéllar Valencia (1946-2025), poeta y académico caldense, manizaleño adoptivo, nacido en Calarcá, quien vivió desde 1981 en México, donde realizó una amplia carrera universitaria que lo llevó a obtener el doctorado durante años sabáticos vividos en Valladolid, España, con una tesis sobre la poesía en Miguel de Cervantes.
Ricardo nació en el Quindío cuando el departamento era una gran mariposa que después despedazaron los gamonales, fue bautizado en Pijao y luego su familia, como muchas de la época de la violencia, migró a Mistrató, Envigado y San Roque. Estudió en la Universidad Autónoma Latinoamericana de Medellín, pero después recaló en Manizales, donde compartió largos años con los amantes de la literatura y la poesía de su generación.
Lo conocí en México recién llegado y empezamos nuestra amistad con el entusiasmo de vivir la literatura en la capital de ese país, epicentro entonces de las letras hispanoamericanas, animado por los exiliados latinoamericanos y españoles y artistas y humanistas mexicanos y de todas la regiones del mundo que seguían los pasos de los surrealistas, Antonin Artaud, los británicos D.H. Lawrence y Malcolm Lowry, el cineasta ruso Einseinstein y su compatriota León Trotsky.
Estaban vivos en esa década Juan Rulfo y Octavio Paz, María Félix y Cantinflas, y músicos como el rey del mambo cubano Dámaso Pérez Prado y se publicaban las revistas Vuelta, Nexos, Proceso y vibraban el Fondo de Cultura Latinoamericana y las casas editoriales universitarias de primer nivel tanto en la capital como en las 32 provincias y en ellas se publicaban novedades latinoamericanas y traducciones de la literatura mundial.
Juntos, con los amigos que estábamos allí, fuimos a ver a Jorge Luis Borges en la sala Ollin Yolitzti de la UNAM en 1981 y en los cócteles y presentaciones de libros nos cruzábamos con Rulfo, Paz, Fuentes, Elizondo, García Ponce, Margo Glantz, Poniatowska, Monsiváis, Pitol, Mutis y García Márquez, entre muchos otros.
México era una fiesta para quienes amábamos la literatura sobre todas las cosas y percibí ese entusiasmo de Ricardo por la poesía, la narrativa, el ensayo y el pensamiento en largas tardes y noches de fiesta y amistad. En 1984 ingresó como profesor en la Universidad Autónoma de Chiapas, donde realizó una larga carrera como docente en letras hispanoamericanas hasta su jubilación. Lo veíamos menos, pero venía con frecuencia a la capital. Luego vivió en Puebla y ahora el diario mexicano anuncia que murió en Medellín.
Sarelly Mendoza dice el 20 de noviembre en su artículo “El escritor colombiano que se volvió chiapaneco”, publicado en Chiapas Paralelo, que Cuéllar “admiraba a los alucinados, a los desbordados por la fantasía, desapegados del mundo real y entregados por completo a la creación” y encomia su labor como maestro de varias generaciones a los que enseñó la poesía romántica alemana e inglesa y los clásicos europeos y latinoamericanos.
Antes de radicarse en Chiapas participó en actividades organizadas por la Universidad Nacional Autónoma de México, como un homenaje por el centenario del poeta colombiano Porfirio Barba Jacob y coloquios en torno a las obras de Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez. De voz rauca, bohemio, rebelde y sentimental como Ramón del Valle Inclán, Ricardo Cuéllar fue un intelectual y académico de primer nivel y ejerció la poesía con pasión total. Publicó entre otros poemarios La fatiga de los cereales (1977), Sereno secreto de morir (1985), Rosa del destino (2000) y Río ebrio (2015).