Ahora en tiempos de proliferación literaria en el mundo, miles y miles de personas siguen escribiendo novelas o memorias, muchas de las cuales nunca serán publicadas a no ser que el autor o la autora tenga los recursos para autoeditarse o pagar a una editorial que vende caro el sueño de la autoría e incluso en el paquete incluye un premio ficticio que no representa nada para nadie.

En todas las lenguas ha surgido el negocio editorial que vende a los autores la posibilidad de ver en letras de molde sus producciones buenas o malas, e inclusive ofrece servicios de asesoría, corrección y edición para aquellos que no saben escribir ni tienen el más mínimo talento, pero sueñan con el reconocimiento aunque sepan que no han escrito el libro.

Las grandes y prestigiosas editoriales en los países europeos descubrieron desde hace tiempo el negocio redondo de publicar novelas de celebridades de la música, el cine, la televisión o la mundanidad, que por su fama asentada ya tienen garantizados miles de compradores para sus obras.

Puede ser que alguna de esas celebridades tenga talento y cosas para escribir, pero en la mayoría de los casos la tarea la hace el ghost writer, el negro literario o escritor fantasma que escribe el libro completo y cobra por ello aunque quede en el total anonimato. El famoso muchas veces olvida que no escribió el libro y en una especie de delirio amnésico termina por creerse el cuento.

Muy temprano me di cuenta de esa trampa y el cinismo que reina en muchos sectores del mundo editorial. Me acuerdo que recién llegado a Francia conocí de cerca a un escritor que después se volvió uno de los grandes best-sellers populares del país bajo el nombre de Patrick Cauvin, pero cuyo verdadero nombre era Claude Klotz.

Él ya había publicado una serie de novelas policiacas con su nombre original porque tenía mucho talento, pero después el editor Jean Claude Lattès le pidió inventarse un nombre más sonoro para el mercado, con el que finalmente logró ventas extraordinarias y traducciones a todas las lenguas y se hizo rico.

El salto lo dio Klotz al escribir como fantasma para un millonario que tenía una cadena de peluquerías un libro que se convirtió en un best seller mundial bajo el título de Una bolsa de canicas. Joseph Joffo se llamaba el magnate que saltó a la fama gracias a la pluma de mi amigo y siguió en el candelero con otras obras hasta que el autor anónimo decidió hacerse mejor millonario él mismo con su pluma y con otro nombre.

Klotz era un hombre simpatiquísimo, generoso, abierto y sus fiestas eran espléndidas y yo era invitado porque por razones personales estaba en el círculo de sus amistades y compartimos muchas veces en cenas diversas en las que yo era un joven exótico colombiano de 21 años, escritor que leía y devoraba como pocos la literatura francesa, lo que a todos ellos les asombraba, sin saber que me había formado adolescente en la Alianza Francesa de Manizales.

Desde entonces supe de muchos autores que no eran los escritores de sus libros y de famosos que, ya convertidos en marcas rentables, seguían ganando dinero ya muy viejos gracias al trabajo de los anónimos escritores, como ocurrió al final con Camilo José Cela y tantos otros.

En Francia el presentador estrella de la televisión Patrick Poivre d’Arvor publicó decenas de libros que no escribió y llegó incluso al cinismo de responder cuando descubrieron que su biografía de Hemingway era un plagio de un libro estadounidense, que la culpa no la tenía él sino su ghost writer. Paul Loup Sulitzer fue otro caso de un best seller gigantesco que nunca escribió ninguno de sus libros, como Joseph Joffo, que hasta el final andaba en las ferias del libro con su propio stand de ventas.

Igual pasó con los libros de Ingrid Betancur, el primero de los cuales, La rabia en el corazón, fue escrito por Lionel Duroy, uno de los ghost writers más en boga en Francia, y el segundo, sobre su secuestro, redactado por una periodista francesa. Muchos sabían que ella no era la autora, pero seguían elogiando su prosa en todos los medios. Y así sería interminable la lista de celebridades que publican y terminan por creerse el cuento de que son escritores.