Como lo he anotado en apuntes anteriores, las palabras que más confunden algunos escritores son los verbos ‘infringir’ e ‘infligir’ y los adjetivos ‘patente’ y ‘latente’. A estas dos se suman los verbos ‘abrogar’ y ‘arrogar’, empleado frecuentemente el primero por el segundo, como en las siguientes muestras: “...pero la solución no es la del Once Caldas, que se abroga facultades y está dejando a la ciudad sin su más importante escenario deportivo” (LA PATRIA, editorial, 19/12/2023). “¿Eran necesarias las facultades que pretendía abrogarse el presidente de la República?” (Ibídem, Guido Echeverri, 23/12/2023). En las dos, el verbo apropiado es ‘arrogar-se’ (del latín ‘arrogare’ -‘interrogar, atribuir’), que, con su naturaleza de pronominal*, significa “atribuirse la cosa de que se trata sin más razón que la propia voluntad” (M. Moliner). En cambio, ‘abrogar’ (del latín ‘abrogare’ -‘anular, abolir’) quiere decir ‘abolir, derogar, suprimir’, especialmente leyes, decretos, etc. *Antiguamente, ‘arrogar’ (transitivo) significaba, según la misma fuente, “adoptar como hijo a un huérfano o un emancipado”. 
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Hay tres términos que expresan fenómenos naturales relacionados entre sí. Son ellos ‘rayo’, ‘relámpago’ y ‘trueno’. El rayo ‘cae’; el relámpago ‘se ve’, y el trueno ‘se oye’. No así para el redactor de un pie de foto de LA PATRIA: “Sus habitantes lo perdieron todo, al parecer, luego de que cayó un trueno y generó una chispa” (primera página, incendio en la vereda Alto El Zarzo, 19/12/2023). Según los que saben, lo que cayó, produjo la chispa y causó la conflagración  fue un ‘rayo’ (“descarga eléctrica entre dos nubes o entre una nube y la tierra, que se ve en forma de ráfaga de luz muy intensa”). Esta ráfaga de luz es el ‘relámpago’. Y el ‘trueno’ es el ruido que produce esa descarga eléctrica, y que muchas veces se siente (se oye) tiempo después de visto el ‘relámpago’, de acuerdo con la distancia. El ruido, aunque es algo físico, pues impresiona el oído, no produce la muerte, ni siquiera una contusión. El ‘trueno’ de un cañonazo no mata; mata, el proyectil que dispara. Las palabras, todas y cada una, tienen su propia acepción, que hay que respetar para expresar bien nuestras ideas. 
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Los verbos transitivos no rigen preposición alguna para su complemento directo, ni siquiera la preposición ‘a’, que sobra en las siguientes oraciones: “Comparo a la democracia con la diosa Vesta, virgen y protectora de la Roma antigua y del Estado...” (LA PATRIA, Luis Guillermo Giraldo, 23/12/2023) y “La piedra ama a la nube...” (Ibídem, William Ospina, Amor, en cita de Fernando-Alonso Ramírez, 23/12/2023). Los verbos ‘transitivos’, llamados también ‘activos’, como ‘comparar’ y ‘amar’, son ‘los que expresan una acción realizada por el sujeto’, por ejemplo, ‘el poeta ama la naturaleza’, ‘comparo la democracia con...’ y, ¡cómo no!, ‘la piedra ama la nube’. Excepciones de esta norma sólo hay dos, a saber, cuando se trata de ‘personificar’ (“Hemos de matar en los gigantes a la soberbia...”, El Quijote –II, VIII) y de ‘determinar (‘visitamos a Pereira’), excepción esta última que actualmente casi nadie tiene en cuenta. 
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El 15 de abril del 2020 fue la última vez que me referí a la omnipresente y fastidiosa locución ‘a nivel de’. Hoy, a pesar de ser consciente de la inutilidad de esta reiteración, vuelvo sobre ella para comentar el empleo que le da el redactor en los siguientes ejemplos: “A nivel país sí que necesitamos...” y “Finalmente, a nivel religioso, qué bueno que...” (LA PATRIA, Luis Felipe Gómez Restrepo. 24/12/2023). En los dos, la preposición ‘en’ habría desempeñado