Pensé mucho si escribir o no acerca de mi reciente paso por La Guajira, pero finalmente me decidí a hacerlo porque encontré cosas maravillosas en la cultura Wayúu que vale la pena compartirles. Conocer los territorios de nuestra Colombia profunda, es otra cosa.
Cuando llegué a Riohacha, me recibió Edilma, una joven Wayúu, guía turística de hermosa sonrisa, muy amable, siempre dispuesta a atender a los foráneos. Ella tiene 22 años, vive orgullosa de su casta Wayúu y valora inmensamente su cultura. Está en quinto semestre de licenciatura en Pedagogía de la Madre Tierra en la Universidad de Antioquia, es un programa semipresencial. Esa fue mi primera sorpresa, descubrir que hay un pregrado dirigido a comunidades indígenas que busca: “formar maestras y maestros con un alto compromiso cultural, ético y político, con capacidad de realizar procesos educativos, pedagógicos e investigativos desde los territorios y construir propuestas que fortalezcan los planes de vida, proyectos comunitarios y propuestas de educación en diálogo de saberes entre lo ancestral y lo intercultural”. 
Edilma me contó que sus padres siempre la han impulsado a estudiar, en su infancia debía caminar dos horas para llegar a la escuela, pero esto nunca fue un impedimento para hacerlo. Esta es la otra cara de la moneda, si bien, y no es secreto para nadie, La Guajira ha sufrido históricamente abandono por parte del estado, hay muchas personas como ella, en el territorio, trabajando para sí mismas y para sus comunidades.  Esto pese a las carencias, que son muchas, empezando por la falta de agua y de vías. En todo lo que recorrí no encontré un solo peaje, es absurdo. No entiendo cómo con tan buenos recursos en la región: petróleo, carbón, sal y energía eólica, no se evidencia el desarrollo; por el contrario, estos ‘avances’ han dado origen a crímenes contra los líderes indígenas que por distintos motivos se oponen o que en otros casos son desplazados.
También tuve el privilegio de conocer a Aldina, otra mujer Wayúu líder de la ranchería Dividivi. Nos compartió muchas de sus tradiciones, pero algo que me impactó, es que ella había decidido dejar a sus hijas en libertad de escoger pareja en el momento que lo desearan, y no a los 13 años a cambio de una dote, que generalmente son chivos, pues representan la riqueza de esta comunidad. Aldina considera que esos ‘casamientos’ son el peor error de su cultura, asi que con la libertad que le da el matriarcado propio de los Wayúu, tomó como madre esta acertada decisión, que la distanció por un tiempo de sus hermanos que intercedieron con dotes para casarlas. 
Nos contó que además del matriarcado, lo que más la enorgullece de su cultura es el valor que para ellos tiene la palabra. Edilma por su parte habló de la importancia del diálogo y la resolución de conflictos a partir de estos.
Para mi fue un regalo de la vida haber encontrado en mi camino a estas dos mujeres tan bellas, que trabajan a diario por transformar su metro cuadrado. !Por más Aldinas y Edilmas en todo Colombia!