Tenía una deuda conmigo misma, escribir acerca de la felicidad. Y qué mejor excusa que el Día Internacional de la Felicidad para hacerlo. Desde el 2012 cada 20 de marzo, según la Resolución 66/281 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, se celebra este Día para sensibilizar en “un enfoque más inclusivo, equitativo y equilibrado del crecimiento económico que promueva la felicidad y el bienestar de todos los pueblos”. La ONU reconoce la importancia de que los gobiernos y las organizaciones inviertan en condiciones que favorezcan la felicidad, como un asunto de bienestar, relevante para aportar al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Según el Informe Mundial sobre la Felicidad 2024 (https://worldhappiness.report/), Colombia está en el puesto 78, perdiendo 27 posiciones respecto a la medición anterior. El estudio se basa en la Encuesta Mundial Gallup (en 143 países) y tiene en cuenta factores como el PIB per cápita, apoyo social, esperanza de vida saludable, libertad, generosidad y percepción de la corrupción.
El rol de la academia ha sido fundamental a nivel global. En 2006, Anthony Seldon fue uno de los pioneros de las cátedras de la felicidad en Wellington College, Berskshire, Inglaterra. En el mismo año se abrió la cátedra de Harvard, liderada por el israelí Tal Ben-Shahar, destacado por ser uno de los psicólogos especialistas en psicología positiva. En Colombia el precursor en 2013, fue el Colegio de Estudios Superiores en Administración (CESA), en cabeza del profesor Andrés Ramírez, autor de ‘La felicidad es un electrocardiograma’. Hoy estos programas se imparten en muchas universidades y colegios del país.
Particularmente en Manizales, en 2022 se dictó la cátedra de Felicidad en la Universidad Nacional, siendo la primera universidad pública del país en ofrecerla. Pero la buena nueva es que proyectan una maestría en este tema. ¿Se imaginan?, una maestría en Felicidad debe tocar asuntos muy profundos del ser. De esto supe en octubre en el evento ‘Florecer en la crisis’. Me resultó muy alentador escuchar al vicerrector, Neil Guerrero, hablando de la importancia de acompañar a los estudiantes en el viaje a su interior, para poder reconfigurar su exterior, desde el autoconocimiento. Qué maravilla que la academia esté incluyendo estos asuntos vitales del ser humano, en sus mallas curriculares, pues estos espacios brindan herramientas sobre diferentes variables de la felicidad, relacionadas con calidad de vida, rendimiento académico, y buena salud mental y emocional. Propendiendo por el desafío de formar seres humanos integrales y emocionalmente estables. ¡Bienestar puro!
Por otra parte, quienes me conocen saben que soy una persona optimista, que ve el vaso medio lleno y no medio vacío. Pero definitivamente lo que me preocupa mucho, es la otra cara del asunto, los vendedores de ilusiones o de humo, a costa de la anhelada felicidad. Esta opinión puede ser bastante impopular, pero esa vaina de “manifiéstalo o decláralo y lo lograrás” le está haciendo mucho daño a la humanidad, así como el exceso de autoayuda. Los canales digitales están llenos de contenidos y creadores transmitiendo ese optimismo desbordante, sin sustento científico, atentando contra la salud mental de las personas.
Dice el doctor en Psicología Efrén Martínez: “No podemos saberlo todo, no podemos tenerlo todo y no podemos hacerlo todo, tenemos que ser conscientes de nuestros propios límites, es un tema natural de la humanidad”. No puedo estar más de acuerdo con él. Creo profundamente en la ciencia, así que la invitación sin duda es a que trabaje por su felicidad, pero a que sea selectivo con los contenidos que consume y se cuide de los vendedores de ilusiones, que prometen vidas perfectas.