En el Once Caldas, dadas las características de la competencia, cada punto conseguido se celebra, refuerza la confianza, es oro. Por eso el paso a paso tan emotivo.

Ante Junior, lleno de figuras y ambiciones, el rival de turno, nunca digas nunca, para jugar sin miedo. El partido no es para cobardes.

Este Junior experimentado, como siempre peligroso, irregular e incomodo. Con serias ambiciones al título y un portero que ofrece garantías.
Para enfrentarlo, el Blanco requiere la misma dosis de carácter de los últimos partidos, con manejo de ritmos para sacar provecho de la altura, con orden y táctica, con vehemecia en las luchas individuales y actitud de triunfo, sin bajar los brazos para pelear cada pelota, cada metro, como si fuera el último partido.

Sobre el juego ante el América
Con su rapidez de felino, su físico liviano y su gambeta rompe cinturas, Michael Barrios produjo la mejor alegría del partido.

Bailó a los defensas del América, los abrumó, los dominó en el espacio reducido, los redujo a la mínima expresión para conducirse en electrizante sprint, lleno de suspenso, hasta la portería. Falló por tres centímetros.

En ese instante la fatalidad malogró la jugada fantástica ante el portero vencido. Pero valió la pena, digna del reconocimiento, porque sellaba con ella un ejercicio futbolístico obsesivo en el desgaste físico, sin concesiones en la lucha, alejado de los alardes técnicos que tanto gustan a los aficionados, pero que en ocasiones son inefectivos.
Era ante América, acostumbrado a arrancarle los ojos a los rivales cuando se descuidan, hasta hace poco favorito, al que dejó colgando en el abismo.
El Once Caldas planteó un partido para fajadores. Hiperactivo en las marcas. Sin concesiones en los espacios, alimentando un encomiable ejercicio de aplicación y entrega.
Por eso Aguirre con sus influyentes atajadas, en una renovada versión, la que antes tenía, de portero serio y efectivo.

Por eso Cardona, Riquet, Cuesta, Rojas y García. Para ellos fue el partido, porque se rompieron el pecho en cada duelo, solidarios en la tarea defensiva. No lo era para Dayro, Alejo y Zapata, poco aptos esta vez para atletas con inagotables derroches físicos.
El Once no solo jugó, compitió. Con similitud en el enfoque respecto al partido de hace algunos días con Tolima. Así lo entendió Herrera el entrenador, dispuesto a jugar las finales asumiendo el riesgo que estas tiene, sin complejos de inferioridad por la desventaja de la nómina. Movió de nuevo con acierto su pizarra cuando el partido caminaba por curvas peligrosas.
Con un esquema sencillo, de poca elaboración, sin excederse en pelotazos, sin buscar del nervioso refugio cerca de la portería. Resistente y contragolpeador. Enfrentado a los pronósticos adversos y al escepticismo. Con intensas cargas emotivas.
Dayro mostró su cara más agria cuando fue sustituido. Era hora, porque al final el equipo se vio suelto, poco condicionado a su dictadura.
Evidente es su declive, ha perdido reflejos y potencia en el disparo. Pero injusto es verlo desahuciado. Tiene cuerda para un tiempo adicional en su carrera. Goleador histórico rompe récords, que merece respeto por parte de los aficionados.
Ahí va el Once, sin hacer el oso, combatiendo con dignidad sin dejarse amedrentar. “Matando gigantes” lo que parece su tarea. Animando el torneo, sin acomplejarse ante la posibilidad de una final, que el hincha tanto espera.