Qué goleador.
Con la moral arriba. Punto alto. Inflado en su amor propio y en su autoestima, con el goleador Dayro y su portero Aguirre en gracia; con otro Dorrego, Barrios renacido y obreros o soldados, de faenas infatigables, Cardona y Mateo García, el Once anda de gira en la Suramericana.

Va encontrando una línea de juego, fabricada por el entrenador Herrera, cercana al estilo preferido de sus hinchas, peleando por la pelota y deleitando, en ocasiones, con ella.
La diferencia entre Fluminense y América, fue solo el gol. Un día la pelota no entró ante los históricos brasileños y el otro, fue pleno en anotaciones. Ante ambos rivales, el funcionamiento fue aprobado, no arrugó los rostros con desagrado, para producir expectativas favorables.

Se vieron, en ambos partidos, pasajes de fútbol asociado, que, algunas veces se malograron por la ausencia de precisión en la resolución de las jugadas, cerca de la portería.

Le pasa al Once Caldas y les pasa a todos. Cuando el gol llega, se liberan las presiones y regresa la confianza.

El Blanco simplificó las maniobras, aunque, como ocurre muchas veces, se excedió en el transporte del balón.

Caso contrario fue Dorrego, un volante activo, desconocido hasta ahora, que controló, pasó, asistió y remató, sin entretenerse en gambetas inútiles, luchando por reencontrar su nivel.
Tiene precisión y fuerza en el golpeo. Como socio activo de Dayro o Barrios, un “flecha larga” incontrolable con piques explosivos.

El ruido de la Copa es placentero, cuando se redoblan los esfuerzos y asoma la calidad que marca la diferencia. En esto, Dayro inspira e impulsa. Cuesta creer que, a su edad, mantenga la frecuencia goleadora de tantos años y la voluntad de triunfo de un aficionado a prueba.
Su récord sería más amplio si sus asistentes fueran precisos, claros y tomaran las mejores decisiones en zonas cercanas al área de gol. Zapata, con movimientos de cintura desequilibrantes, se diluye entre esquives y regates que no siempre son positivos. Palacios, es rápido, potente, pero es ciego cuando se acerca a la portería, lo suficiente para sacar de quicio al goleador Moreno.

En la inhumana maratón de partidos que el Once afronta, a la espera de aprobaciones, aplausos o insultos, de melodías agresivas desde las tribunas o exaltaciones a su juego, la gestión de cualidades para suplir carencias resulta la mejor razón para una buena campaña.
P.D.: Sin duda James Aguirre es un buen guardameta. Dispuesto a revolcarse para defender su portería. Por ello tiene el beneplácito de los aficionados. Pero, al margen de sus manos milagrosas y sus trascendentales atajadas, debe controlar su temperamento. Ingresa a conflictos que no le corresponden. Y tiene, además, un saque deplorable cuando acelera la continuidad del juego.