Pido a Dayro para la Selección. Los goleadores son como los viejos rockeros, "Nunca mueren". Los goles le salen fáciles por su instinto. Con la pelota y el espacio, es un toro salvaje. El hombre máquina, el hombre gol, la máquina del gol. La alegría de un pueblo.
No te pierdas el video al final.

Jugó el Once Caldas, en Chile, en ese paso a paso extenuante y exigente, con una impecable y solidaria gestión de equipo, sin brillos extremos, en traje de fatiga, con trabajo pensado desde la estrategia, para una estudiada y rotunda victoria.

El universo fascinante del triunfo, con resultado buscado y elaborado a través de goles pensados, destructivos y fulminantes.

No fue riguroso el examen, porque el Once así lo quiso. Firme en las marcas. Concentrado al extremo, cubrió todos los sectores del campo, sin parpadeos, para neutralizar a un rival sin casta.

Jugó en los goles, cubrió el terreno con riñones y pulmones, lo defendió con garra.

No fue solo Dayro el eje de la fiesta. Fueron todos. En especial Cardona, físico e impecable. Juan Cuesta, seguro, suelto y travieso por la banda. Mateo, voraz e infatigable, Rojas, se tragó la cancha, y Barrios, fue ágil y veloz como las liebres.

Áspero fue el partido para el Once en el primer tiempo. Finos los toques del contrario, pero sin influencia en el resultado.

Cuando Dorrego era el mismo del pasado, no encontraba el acierto con la pelota ni las conexiones con Dayro, se ilumino la lámpara del arriero, con Alejo García en el campo. El Once fue otra cosa.
Como la sustitución no fue por apuro, por arrebato de carácter sino por estrategia, rodó la pelota por el piso y no viajó dividida por los aires.
Se acortaron las distancias entre las líneas, con pases, aumentó la precisión y disminuyeron los errores y los traslados.
Fue cuando aparecieron el progreso en el juego y los goles deslumbrantes. A una recuperación de Iván Rojas, soltaron los caballos. trazos largos de Dayro, Barrios y Alejo, en cabalgata aplastante. Lo que, en el lenguaje del futbol, sin rebusques, llaman contragolpe.
Y Dayro definió como sabe. Puede lograrlo con una venda en los ojos. Arriba, en curva, al ángulo, como lo hacía el Tino Asprilla o lo repite y con frecuencia, Lucho Díaz.
Luego Alejandro, en el último aliento de una jugada colectiva, rompiéndose el pecho, que celebró con el alma.