Devastador el fútbol con sus resultados adversos. No concede treguas ni compasiones. Se desmorona la confianza con discusiones, señalamientos y linchamientos verbales.
El héroe de ayer es el demonio de hoy, al calor de un resultado. Así de voluble es la pasión.
En este tribunal sin jueces que son las graderías, se juzgan tácticas, fragilidades mentales, estrategias fallidas. Todo desde el fanatismo y la emoción desbordada.
Ocurrió con el Once Caldas en la Copa.
Que Dayro, que Herrera, Aguirre y Tamayo... que Barrios, por su erráticas definiciones, que las apuestas y la falta de ética en la competencia. Rumores, sospechas, reproches interminables, tras la eliminación inesperada.
Se reprueba el triunfalismo, se comenta sobre conspiraciones, con delirios de persecución de los entrenadores, lo que transmite inseguridad en las decisiones.
Se habla de la ausencia de mando, de la soberbia de los administradores delegados, de la tolerancia extrema a los desmanes de los jugadores y de las fiestas en plena competencia, generosa concesión del cuerpo técnico, para mantener las riendas del camerino.
De los bailes en la plataforma improvisada en la parte superior del bus, los estallidos de júbilo, con el pretexto de motivar a los hinchas antes de los partidos, actitud ególatra que sorprende a todos por la ausencia de seriedad de los jugadores y la tolerancia de los técnicos.
Se comenta sobre la falta de entrenamiento de los penales y, lo que es peor, la cobardía de quienes rehuyeron el reto de hacer efectivo un cobro, que tomó como alternativa el portero Aguirre, con fallo que hoy los fanáticos no le perdonan, pasando por alto sus atajadas milagrosas.
De los que juegan y los que flotan… Los que viven con su arrogancia en una burbuja. Los protegidos e intocables, de los capos del camerino.
No es jerarquía aplastar a Chico, con uno menos gran parte del partido. Ni ganarle a Pasto, si es que ocurre, equipos de inferior condición e inofensivos.
Eso no es clase, no es oficio, porque la burla a la afición, a los hinchas blancos y los seguidores nacionales, que arroparon con su apoyo al Once Caldas, esperanzados en la clasificación, dejó una herida profunda.
Grandeza no es mirar por encima del hombro al adversario, creyendo, sin jugar que se había construido una obra maestra.
Es corregir con mano dura lo que no funciona, es escuchar, es poner a cada jugador en su puesto, con sus funciones específicas, descartando las inoportunas improvisaciones.
Es cortar los privilegios, es fortalecer la confianza. Es endurecer la disciplina. Es evitar majaderías y manipulaciones en las explicaciones y justificaciones.
Es darse confianza sin excesos y es eliminar las malditas apariencias.
Es afrontar Liga y Copa, en lo que resta de la campaña, con el convencimiento de que se puede. De que hay fútbol para aspirar en serio. Sin pulverizar los sueños de los aficionados, por los delirios de grandeza de los futbolistas.