Dicho o escrito sin rodeos... la pelota quemaba

La derrota forma parte de la dinámica del fútbol, aunque siempre habrá formas de evitarla y asimilarla.

El Once Caldas perdió de la peor manera ante Patriotas, goleado, con escándalo por el bajo nivel de sus jugadores. Con lamentados errores defensivos, poca eficiencia en el ataque, sin la velocidad y contundencia de sus contragolpes característicos asociados, con manejo improductivo del balón y sin soluciones desde la raya de los entrenadores.
Tarde inesperada, para el olvido, que liquidó el invicto y entregó la punta del torneo con mansedumbre, sin el espíritu de lucha y la intensidad en el trámite que tanto se ha elogiado.
No tuvo fútbol.

Solo Michael Barrios con su gol, con sus piques en solitario por ausencia de respaldos, se exceptúa en la caída.

Antes de optimizar sus capacidades, el Once lució confundido, sin respuestas, convertido en un caos, con jugadores de una lado a otro, intercambiando posiciones, sin encontrar las funciones asignadas. Los relevos, esta vez, no rindieron lo esperado.

"La Banda del Once" que ha despertado tanto entusiasmo ante los hinchas, se desinfló en el partido, porque perdió la memoria de juego colectiva, que en el fútbol se llama automatismos, desinfló su entusiasmo, no supo adaptarse a los espacios generosos de la cancha, con tantos errores en el trato a la pelota y torpezas en la definición, que el resultado en contra pudo ser mayor. Una humillante goleada.

Sin goles Dayro, el ariete histórico, se oxida. Esta vez el técnico lo relevó en el momento menos indicado porque jugaba colectivo y tenía a su mano las opciones. Su redención en cualquier momento llegaba.

Los errores en la entrega de la mayoría de los jugadores jugaron en contra. En Particular Sergio Palacio, con rendimiento injustificado. Se sabe, y él lo sabe, que es un buen jugador. Pero es sobrador, con alardes técnicos improductivos en las salidas, con gambetas inoportunas en zonas de peligro y reclamos airados al árbitro que siempre lo condicionaron y comprometieron a su equipo.

Se nublaron las mentes del entrenador y su asistente. Agigantaron con sus decisiones, la complejidad del partido.

Los retoques a la defensa, aunque eran necesarios, resultaron fatales. Fueron profundas sus grietas y sus errores de posicionamiento y concepto. Ninguno relevó con acierto a los ausentes Riquet y Patiño.

Cardona estabilizó la zona central, con su presencia, pero se vio grotesco con sus alaridos a cada contacto físico. Lo dejaban en evidencia las cámaras.

Para colmo de males algo le pasa al guardameta. Ha perdido compostura futbolística, desaparecieron sus milagrosos reflejos, impone su autoridad a los gritos, le afecta el mal de altura, porque se ve prepotente, agrandado.

Como agrandados están otros de los futbolistas. Se marean rápido por los elogios desbordados. Alejandro García parece, por pasajes, con la cabeza en otros lados.

Perder no es extraño. Forma parte del juego y de la dinámica de los torneos. Tampoco es catástrofe. Llegarán otros domingos, otros partidos, otras opciones, con la seguridad de que los errores, que produjeron una profunda decepción entre los aficionados, serán corregidos.