Para el Once Caldas, emocionante el presente por la autoridad que exhibe en los torneos. Se siente la conexión juego-hinchas-resultado. Por ello, a la mano, el doble objetivo: Copa y Liga.

Las cifras no engañan, el rendimiento y el compromiso en cada juego, las respaldan, a pesar del cansancio, la cancha y su estado irregular, la urgencia en la rotación y el vértigo de los campeonatos sin pausas para entrenar.

Borrosas se ven las épocas de la desgracia, cuando el fútbol para el Blanco parecía al revés. El público miraba con desconcierto la tabla hacia abajo, temiendo el descenso y no, como ahora, hacia arriba soñando con un título.

Siempre en el fútbol el partido más importante es el siguiente. Al igual que los goles para los artilleros. El inmediato es el mejor. De allí la importancia del cotejo con los bolivianos.

Lo sabe Dayro, en sintonía con la red. Aunque, al jugar siempre bajo la presión de los duelos físicos, las marcas, la rudeza propia de su demarcación, confundido y conflictivo, entra en el riesgo de una expulsión por sus diferencias con los árbitros, como ocurrió el domingo anterior.

La misma situación que enfrentó el portero de Millonarios, Montero, por provocador frente a la tribuna. Con premeditado retardo para poner el balón en movimiento cuando llegaba a sus manos.

Fue desesperante para los aficionados, que se desahogaron con insultos.

Pero, justo es decir, que la misma trama, “el arte de fingir” la practicó el Once Caldas, cuando el triunfo parcial le favorecía.

Lo hacen todos, por la inseguridad en el resultado parcial. Mal endémico, este, del fútbol colombiano: Jugar a no dejar jugar.

El partido entre Once Caldas y Millonarios no fue vibrante, de alto nivel. Pero sí delicioso, atractivo, entretenido, inquietante, por la propuesta común, ambiciosa, que encontró justicia en el resultado.

El Once activo y demoledor en el primer período, cambió de planes en el segundo. Se hizo pasivo, en espera, para contragolpear. Ni se entregó, ni se ablandó, pero por pasajes, se desordenó.

Los errores de James Aguirre, con sus manos jabonosas, los enmendó con dos atajadas sensacionales, a bocajarro, que salvaron su portería.

Mucho del partido imaginado, estuvo en la realidad. Se conocen habilidades y debilidades de los protagonistas. Nunca defraudan cuando chocan. El placer vivido en el estadio, con ambiente espectacular, el saldo final y el nivel de algunos de los futbolistas, los aficionados lo van a recordar.