La realidad fue otra a pesar del fanático triunfalismo. "Flu" no pintó cara. El Once no se desfondó. La derrota, la esperada, con digna presentación, sin goleada y sin humillación, sin la defensa al borde del infarto, o el portero peloteado y goleado.
El paso obligado entre el deseo y el resultado, de la ilusión a la realidad, dejó al Once con dos derrotas ante los brasileros, pero clasificado a la repesca, bien parado, con recursos para reforzarse tras su fecunda campaña.
Resiliente el blanco, al margen de la discreta actuación de sus figuras relevadas, entre ellas Moreno y Barrios y la incomprensible ausencia de Malagón. Con ajustes volvió a ser fogoso, atrevido, en el segundo tiempo, para una digna presentación.
Cuando aparecieron las habilidades creativas, la pelota cobró vida, pero sin profundidad y sin gol.
Complejo fue el juego. El Blanco tardó en decidir si jugar o no dejar jugar. Fracasó en esto último, en el primer tiempo, cuando lo enloqueció el toque del rival, e incluso lo bailó. Cuando jugó, alentó otra expectativa, pero no la confirmó.
En el fútbol se juega de infinidad de formas, sin verdades rotundas, con el resultado, como único saldo inapelable. Pero la calidad diferencial de los jugadores, su cotización en el mercado, su experiencia y su oficio, prevalecen sobre cualquier consideración. Por eso el triunfo de Fluminense y su clasificación.
"Flu" se armó para ganar la copa. El Once para animarla, sin librarse de sorpresas.
Innegable es que, esta vez, el miedo escénico influyó.
El "Bulo Bulo" de Bolivia, que juega en Cochabamba a una altura parecida a la de Bogotá, rival del repechaje, no ofrece peligros y riesgos. Equipo sin historia, sin cartel, sin futbolistas con renombre, sin estadio y sin dinero. ¡Qué peligro! Cualquier cosa puede suceder.