Fanny Bernal Orozco * liberia53@hotmail.com

 

Si hay un hecho que cause dolor, indignación y vergüenza en este país es el de las llamadas fosas comunes. Desde hace muchísimos años en Colombia, cotidianamente, se habla de esta situación: quejas de comunidades que llevan años buscando, clamando por sus familiares; padres, madres, hermanos, hijos, que se la pasan recorriendo el país de bus en bus, de fosa en fosa, con la esperanza de encontrar algún rastro de su ser querido.

Una madre muy afligida me dijo: "Hace cuatro años mi hijo desapareció. Al salir del trabajo me llamó a decirme que no se demoraba y jamás volví a saber de él. Parece como si se lo hubiera tragado la tierra y a esto se suma la indiferencia en las oficinas a las que he ido insistentemente a clamar ayuda. Me dicen, deje el teléfono y la dirección y que si saben cualquier cosa, me avisan".

Quizás los funcionarios que trabajan en estos sitios ya estén cansados de las quejas y los reclamos de angustia, de tantos dolientes que llegan con un pequeño aliento de esperanza, a preguntar por sus seres queridos. Sin embargo, ser amable o tener empatía debería estar dentro de sus funciones, porque a algunas autoridades se les nota la apatía y la indolencia.

Los duelos por desaparición son dolores que se llevan por años. Siempre la familia y los amigos están esperando un milagro: una llamada, una tenue señal, que toque a la puerta para abrazarle; que no esté muerto o que, por lo menos, encuentren sus restos en alguna fosa para poder darle sepultura y comenzar a hacer sus duelos.

Alfredo Molano, al respecto, dice en la investigación Rompiendo el Silencio 2010: “Sin ver el cadáver nadie puede dar por muerto a un ser querido. No hay un punto final ... el duelo queda en un suspenso taladrante ... no hay muerte física ni legal ... la vida queda en el aire ... a la muerte no le sigue un llanto cierto sino un limbo ... las puertas y ventanas de su casa quedan siempre abiertas a la espera de un quizá no, o quizá sí. Al tormento de la ausencia se le añade el dolor de la duda”.

Los dolientes viven sus vidas con incertidumbre, rabia, miedo, dolor emocional, enfermedades físicas y algunos también huyen por amenazas y la zozobra que esto genera; además de los cambios y pérdidas económicas.

Un papá me expresó: "Somos como el judío errante, huimos para cuidarnos, siempre con las heridas abiertas. No hay manera de cicatrizar, ni de sanar’.

Los duelos por desaparición, son duelos suspendidos, dolores perennes, heridas abiertas, incertidumbres constantes, desconsuelo y desesperanza, ante la inquebrantable espera.

Según investigaciones reveladas por El Colombiano, este mes, Colombia tiene aproximadamente 7 mil 630 fosas comunes y 103 mil 955 desaparecidos, flagelo que ningún Acuerdo de Paz ha podido reparar, ni sanar.

Y mientras los dirigentes de este país se enfrascan en discusiones banales para mantenerse en el poder, el país aumenta de manera dramática el número de desaparecidos, las fosas comunes y los dolientes.

 

* Psicóloga - Docente titular de la Universidad de Manizales.

www.fannybernalorozco.com