Fanny Bernal Orozco * liberia53@hotmail.com

 

La palabra matrimonio ha dejado su estela de contradicciones y complejidades desde hace más o menos 4.000 a.C. En registros de Mesopotamia, se definían los derechos y deberes de la esposa y el castigo ante su infidelidad.

En el derecho romano, la palabra matrimonio se descompone en mate (madre) y monium (obligación). Tradicionalmente se relaciona con la unión de un hombre y una mujer cuya finalidad es la procreación. Actualmente, el matrimonio se extiende a parejas del mismo sexo; además de contemplar la opción de ser madres y/o padres.

El matrimonio expresa rituales, formalidades legales y sociales. Se asocia con el amor, la libertad de elección, la corresponsabilidad y el acuerdo de mutuo compromiso; lo que implica la presencia de personas con autonomía y capacidad de decisión. Ante este escenario caben los siguientes interrogantes:

- ¿Tienen los menores de edad y adolescentes la madurez emocional para contraer matrimonio?

- Los matrimonios forzados, ¿qué secuelas físicas y emocionales dejan en los niños, niñas y adolescentes?

- ¿Qué responsabilidad ética y moral tienen las entidades y comunidades que dan autorización para que estos se realicen?

Según el DANE, solo en el año 2020, 4 mil 268 niñas entre los 10 y 14 años tuvieron hijos, lo que les implicó, asumir diversas responsabilidades, labores y cuidados para las cuales no estaban aptas todavía. Por ello, la mayoría de ellas, sino todas, debieron dejar sus estudios; además de ver truncadas las posibilidades de desarrollar capacidades y habilidades para poder acceder a un proyecto de vida diferente.

La Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), señala que los matrimonios infantiles son matrimonios forzados ya que ‘hay una ausencia de suficiente madurez de al menos uno de los contrayentes para elegir a su esposo/a por su pleno, libre e informado consentimiento; y existe una marcada relación de desigual de poder entre la pareja’.

En general, estos matrimonios se dan con una marcada diferencia de edad, lo que implica el tener que vivir relaciones basadas en el maltrato físico y verbal, la dominación, las humillaciones, la pérdida de autoestima y de autonomía.

El matrimonio infantil y el sufrimiento precoz van de la mano: pobreza, amenazas, miedo, inseguridad, baja autoestima, falta de sentido y de ilusiones. Es esta una práctica que irrespeta los derechos y condena a las menores de edad y adolescentes, a vivir en un constante y aberrante sufrimiento.


* Psicóloga - Docente titular de la Universidad de Manizales.

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