Las dimensiones de un ser humano excepcional como Alexander Von Humboldt son tantas que ni una obra tan completa como La invención de la naturaleza, de Andrea Wulf, pudo abarcar ese cosmos (https://bit.ly/40K6XYD). Por eso, Pondré mi oído en la piedra hasta que hable, el libro que llega a librerías esta semana, es una oportunidad para conocer más de este alemán inmenso, un contemporáneo de hace 200 años.

En un ensayo poético, como es el estilo de Ospina, nos vuelve a contar cosas que ya sabíamos de ese viajero que supo cohabitar con su mundo y predecir los males que podríamos causarle al planeta desde entonces, cuando la selva en Colombia iba de Cartagena hasta el Amazonas. Y nos trae nuevas miradas, de las que no teníamos idea.

En esa prosa inatajable que lo caracteriza, William nos lleva 200 años atrás y nos guía como en una crónica de viaje al lado del protagonista para asombrarnos con sus descripciones poéticas por el trino de un pajarillo o por la fuerza de un carguero, también por los sustos en los precipicios o en las tempestades. Y al hablarnos de esa época, nos está mostrando lo que hace de ese hombre un perfecto personaje de nuestros días. Preocupado por los temas que requieren ser mirados por los sabios.

Estaba yo aún en la escuela, en la república independiente de Pensilvania, cuando se celebró entonces el año de Mutis en Colombia y todos supimos del viejo sabio José Celestino y de su Expedición Botánica, que al estilo de la Ilustración francesa, iluminaba con sabiduría cada espacio de la Nueva Granada y tocaba las mentes más brillantes de la época.

Y a ese viejo clérigo fue al que encontró Humboldt para dejarse sorprender, ver cómo en esos tiempos de incierta llegada de cartas, el sabio español venido a América se carteaba con las mentes más brillantes de la época, clasificaba con el método inventando por Lineo y hacía descubrimientos para extraer los colores iguales a las plantas que buscaba eternizar en dibujos.

Capítulos especiales dedica Ospina a Mutis, así como a Carlos Montúfar, este quiteño que fue el elegido de Humboldt, por encima del sabio Caldas para que lo acompañara por la América, y que hizo de este un resentido en algunos escritos de entonces. Montúfar se convirtió en el compañero fiel, un aventurero que recorrió parajes de tierra y de emociones con el alemán, para llegar a Europa y convertirse en oficial español, para luego regresar a su tierra y ser parte de la rebelión, al enterarse que si debía combatir, al primero que tendría que enfrentarse sería a su padre, el líder de los rebeldes en Quito.

La suerte de Montúfar y de Caldas llegó a su fin en 1816, en la reconquista de Morillo y no vieron la gloria de la Independencia. Y ese vuelve a ser un año importante en el relato de Ospina, que ha seguido los pasos del romanticismo, que nació por esos tiempos y que relató tan bien en El año del verano que nunca llegó. Esta novela de catedrales góticas y de románticos, de su autoría, dialoga de alguna manera con este nuevo libro, en aquella nos relata cómo la erupción de un volcán enfrió el planeta, de tal manera que no hubo verano, y aquí se imagina cómo vivió ese fenómeno el sabio alemán.

Hay unos capítulos que describen la época, textos del mismo Humboldt, otro de un personaje que cuenta cómo supo que una hierba servía como contra para la picadura de serpiente y uno más del mismo Montúfar.

Ya en su libro En busca de Bolívar, el autor había mostrado la importancia que tuvo Humboldt en el pensamiento y, sobre todo, en la decisión de que un señorito venezolano que andaba por París viviendo un duelo fuera tocado por el ansia de la libertad: “El propio Bolívar dijo que Humboldt había visto en tres años en el nuevo continente más de lo que habían visto los españoles en tres siglos".

En este nuevo ensayo de William, como en Cosmos, esa obra magistral de dos tomos en la madurez de Humboldt, se busca mostrar como todo está conectado, las estrellas y el fondo marino, las cimas nevadas de los volcanes y las depresiones geográficas, los nacimientos en las altas montañas y los mares inconmensurables, la vegetación de las selvas y las grandes expansiones de monocultivos, la mano del hombre y un planeta que puede enfermar. O un visionario que influenció a su época y nos sigue hablando.

Una nueva mirada de ese hombre que se adelantó a su tiempo y que tuvo una visión y una misión, acercarnos a la naturaleza, inventarla, como lo describe Wulf. Lean este relato y acérquense a Humboldt y a las maravillas de la Nueva Granada, muchas de las cuales conservamos y despreciamos. Conozcamos y #HablemosDeLibros.

Subrayados

  • Para entender bien quién es un hombre no basta mirarlo, hay que mirar el mundo al que pertenece y hay que mirar su época.
  • A dónde vamos es algo que deciden los hombres, pero a dónde llegamos a menudo depende de las tempestades.
  • Fue el último hombre que vio el planeta intacto.
  • No es difícil que la mirada sin prejuicios de los niños descubra más cosas que la mirada aplicada de los sabios.
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Pondré mi oído en la piedra hasta que hable, de William Ospina