Estamos a un día de terminar este año. Un día que marcará para siempre la historia de Colombia y de su acontecer. Cambiamos los paradigmas a los que estábamos acostumbrados desde que tenemos memoria. Cambiamos de grupo de gobierno, con lo que parecía sería un nuevo amanecer para esta república, sometida desde siempre al manejo inescrupuloso de los recursos del Estado, con la ilusión prometida de una nueva realidad, incluyente y justa, dinámica y honesta.
Todo parecía indicar que así sería, pero estamos ante la realidad de una repetición en diferido, con otro tipo de poder de lo que siempre hemos sido, una nación de excluidos, de marginados, de ignorados. Solo que ahora no son los mismos de siempre, son los colombianos de una generación que quería libertad, en medio de la hipócrita tiranía que escondía nuestra desvencijada y maltrecha aparente democracia.
Hoy la vida parece ser distinta, pero continua siendo igual, llena de desigualdad, de injusticia, de manipulación del poder, de la reedición de los mismos corruptos mantenidos en el poder, con otro nombre y con nuevos ropajes, detrás de los cuales esconden su pasado corrupto, su falta de  solidaridad, su ausencia de valores, su carencia total de los más elementales principios de solidaridad y de humanismo, en un país que por desgracia se convirtió en un referente de los peores vicios, los más aterradores crímenes, la más profunda desigualdad, la absoluta falta de sentido social, de preocupación por el bien común y el bienestar de todos, como pilares fundamentales sobre los cuales se levanta una democracia decente y de verdad.
Ante esta crisis de valores, era de esperar un país que se preocuparía por reedificar su existencia desde la construcción de principios sólidos, con pilares bien fundamentados, de decencia, honestidad, solidaridad, paz, y buena relación de su tejido social. No, ahora estamos ante la polarización que nos quieren imponer los que, despojados del poder, utilizan todos los medios que tienen a su alcance, para debilitar cada vez más nuestra institucionalidad, ya bastante usurpada, debilitada y enclenque.
Pero la esperanza, como en la mitología, guardada en la caja de Pandora, permanece viva, para permitirnos soñar con una política seria, que tenga en cuenta a todos los que vivimos en esta región del mundo, sin que los olvidados de siempre sufran las consecuencias del abandono, la falta de solidaridad, la ausencia de políticas incluyentes y diversas, que  acaben de un tajo con la corrupción política y den por terminada esa manera de ser que se volvió cotidiana, en la que los desvergonzados de siempre, manejan este país a su antojo, sin límites, sin principios, sin honestidad, recordando al autor de “Crimen y castigo”, con una nación en la que haya castigo para el crimen, y que ese no sea una manera aparentemente impune de vivir en sociedad, sometidos a los dictados que imponen los clanes de inescrupulosos que pululan  por doquier, esos que manejan las arcas del Estado, las políticas públicas, haciendo trampas y robándose las ilusiones de millones de colombianos, que viven relegados a la más profunda y odiosa de todas las discriminaciones, la de la indiferencia, la del olvido y la del hambre.
Necesitamos reconstruir una Colombia decente e incluyente, en la que los menos favorecidos, sean tenidos en cuenta, no para limosnas, para que en una sociedad incluyente, hacerlos participes de todos los recursos que nos ha dado la naturaleza, desperdiciados o mal gastados por los que se creen dueños de este país.
Colombia está en mora de recobrar los bienes incautados a los delincuentes, para repartirlos de manera justa y equitativa entre los despojados, que perdieron sus raíces y su entorno, en manos de violentos al servicio de clanes socio políticos sin escrúpulos. Llegó la hora en la que los delincuentes de todos los matices sepan que pagarán cara su osadía, que no gozarán más de impunidad, que no podrán gobernar el país, los departamentos, los municipios, enriqueciéndose con sus negocios sucios con la mayor impunidad. Para eso es necesario que tengamos en los organismos de control y en la política personas intachables, honestas, pulcras, que puedan someterse al escrutinio público sin temor alguno.
Esperemos que el 2023 sea el año del inicio de un cambio que será difícil, pero no imposible, sabiendo que tenemos que arrancar de la nada vergonzosa en que nos convertimos. Esperemos un nuevo año lleno de cambios reales, que hagan un honor ser colombiano.