Durante muchos años nos enseñaron que la osteomielitis (infección de un hueso), era el cáncer que no mataba. Había que convivir con ella durante mucho tiempo, recurriendo a cirugías periódicas, cuando se volvía a presentar y se descansaba cuando ella remitía y no tenía síntomas. Pero eso no es cierto. Las infecciones óseas, que son un desafío en medicina, sí se pueden curar; lógicamente como en el amor, “ni nunca, ni siempre”, es casi siempre y casi nunca. Desde que un ortopedista de la Santa Casa de Misericordia de Sao Paulo, Brasil, Bartolomeo Bartolomei, desarrolló lo que consistía en hacer un tratamiento distinto al convencional de simplemente drenar el absceso, la osteomielitis, la mayoría de las veces se puede curar.

El sistema consta de 3 etapas, claramente definidas, que, si se siguen adecuadamente, eliminan las infecciones de los huesos. La primera es retirar del organismo todo el hueso que está desvitalizado, generalmente haciendo algo que se llama saucerización, que consiste en “volver plato”, es decir, hacer cavidades amplias, pero poco profundas, retirando todo el tejido muerto. La segunda es que una vez controlada la infección y comprobando que el hueso se revascularizó, hay que colocar injerto óseo como “palillos” o como una masa llamada matriz ósea, que cubre todo el espacio que se dejó cuando se hizo el corte inicial de hueso. Finalmente, cuando la superficie de injerto óseo está lista y granulada, “se raspa” y se coloca el injerto de piel.

Desafortunadamente por esas cosas de la vida, el dr. Bartolomeo nunca lo escribió. Un día recibió la visita de un médico francés de apellido Papineau, que después de 3 meses de estar con él volvió a Francia y lo escribió como si fuera su método, conocido ampliamente como el “método de Papineau”. Además de lo anterior, el dr. José Soares Hungría Filho se recorrió el mundo tratando de convencer a los médicos con el concepto de que los antibióticos no curaban las infecciones óseas y que en consecuencia no se utilizaban sino en la cirugía para evitar la diseminación de la infección. Fue tanto lo que luchó con esa idea que terminó siendo bloqueado por todos los laboratorios y empresas productoras de antibióticos, que le negaban patrocinio cuando él pensaba asistir a un congreso. Como los médicos americanos tienen la tendencia a no aceptar nada que no sea desarrollado por ellos, vino un profesor de mucho conocimiento y experiencia y describió con profundidad en un libro su tratamiento para las infecciones óseas. Él comenzó a utilizar cadenas de perlas de antibióticos introducidas en el hueso para curarlas. Lo que nadie ha cuestionado es que para hacerlo realiza lo que promulgaba el dr. Bartolemei, resecando todo el tejido desvitalizado.

¿Para qué escribir de un tema que no le importa a la mayoría de la gente en un artículo de un periódico? Porque es importante que la gente se dé cuenta de las realidades que tenemos en una medicina que avanza a pasos agigantados, pero que se ha concentrado en hacer modificaciones genéticas o utilizar tecnología costosísima, para resolver los problemas comunes, con el uso de la robótica, que en la mayoría de las partes del mundo no es aplicable, ni económicamente realizable. En ese proceso de reemplazar al médico por máquinas terminaremos haciendo de la medicina una nueva actividad que dependa de programas tecnológicos, carentes de sentido humano, apegadas a ese culto a la ciencia y el poder de la robótica y la actual adoración que se expande por la inteligencia artificial, sin que sepamos todavía cuáles serán los resultados, cuando se prescinda del conocimiento y del talento humano para actuar.

La tecnología y el desarrollo son necesarios, pero no pueden reemplazar al ser humano. Estamos en una época de deshumanización en todos los terrenos de las actividades humanas, que nos conducirán irremediablemente al punto sin retorno en el cual las máquinas serán entronizadas para reemplazar la labor humana. Imagine usted la robótica en las cadenas de producción, llevada a todos los ámbitos de la vida cotidiana. Será una tragedia para la humanidad, sabiendo que esa inteligencia artificial, cada vez más sofisticada, cuando evaluada con profundidad llega a porcentajes altísimos de error o equivocación. El progreso es parte de la vida, pero es el ser humano el que lo maneja y no se vuelve su esclavo. Ojalá diseñaran inteligencia artificial y cadenas robóticas para curar enfermedades; alimentar a la gente; acabar con la intolerancia, la deshonestidad, la desigualdad y la pobreza.

“Las que conducen y arrastran al mundo, no son las máquinas, sino las ideas”. Víctor Hugo.