Hay personas que, por sus actividades y logros, se destacan en una región y en su cotidiano. Muchas veces tienen el reconocimiento merecido y amplio, otras pasan de bajo perfil y trabajan sin hacer alharaca, esa cualidad definida por la RAE como “extraordinaria demostración o expresión con que por ligero motivo se manifiesta la vehemencia de algún afecto, como de… admiración”.
Son esas personas las que sirven de ejemplo, ya sea para tratar de imitarlas, aprendiendo de ellas todo lo bueno que tienen y que le falta a uno, o para admirarlas, como personajes que trabajan honestamente, no tienen en su historial motivo alguno para ser descalificadas, pues lo que hacen, lo hacen bien, con dedicación y esfuerzo.
Esas son cualidades que el mundo moderno con sus avances ha ido pasando a segundo plano, pero que en la mente de los que creemos en la esencia básica del ser humano como motor de vida son las fundamentales y las que merecen reconocimiento.
Lo conocí hace muchos años, cuando hacía una excelente labor al mando de la Cámara de Comercio de Manizales, que ocupó por 10 años, cargo en el que fue reemplazado por Lina María Ramírez, que renunció a partir del 30 de abril.
Este hombre disciplinado, transparente, honesto, trabajador, construyó su historia a punta de trabajo y dedicación sin límite en lo que hacía.
Formó su familia con una mujer, Ana María Sanín, también ejemplar, que lo ha acompañado siempre, en los momentos de éxito y en los que producen dolores intensos.
Tuvieron que afrontar el dolor inmenso de su pequeña hija ahogada en una piscina en Santágueda. Ese dolor se puede manifestar, pero no se puede sentir por el otro, pues los sentimientos nacen en uno y mueren en uno, sin intermediación de otras personas, que pudiendo ser solidarias en el momento del dolor los acompañaron, pero no lo sienten como ellos.
Pasado ese momento dificilísimo de sus vidas, tuvieron otros hijos que han sido ejemplarmente educados, con los mismos principios que han tenido sus padres desde siempre.
Ha ocupado varios puestos en el sector público y en el privado, en los cuales ha dejado la huella imborrable de lo que se hace bien, con dedicación y entrega, con honestidad y transparencia, dejando lo mejor de él, como un legado en los distintos cargos ocupados.
Su vida ha sido un permanente repertorio de lo que la gente cuando decidida, puede hacer en ella, marcando paradigmas que no son fáciles de repetir, pero que sirven de ejemplo para las nuevas generaciones, que comienzan el trajinar por la vida, con la disposición de ser honestos y luchadores en sus trabajos.
Por su trabajo incansable, por su lucidez mental, por su honorabilidad y pulcritud personal, Gildardo Armel merece todo el aplauso y reconocimiento de una sociedad en la que ha vivido, esa a la que ha servido con altísimo nivel.
Personas como él son las que hacen la vida mejor y dejan un legado digno de imitar por los que lo sucedan.