Son muchas las personas de las que se puede hablar como miembros ejemplares de una sociedad.
No son ejemplares por su nivel socioeconómico, ni por su clasificación en estratos, que, para efectos de servir a una comunidad, son cosas que no tienen nada qué ver, independiente de que los pudientes lo puedan hacer con mayor facilidad, aunque generalmente los muevan intereses distintos al bienestar común, preocupados más por acumular riquezas que dejarán cuando partan de este mundo.
La mayoría de las personas tienen corazón bueno, pero en medio de este país desbordado por la delincuencia hay grandes defraudadores del Estado y de los particulares, ladrones de cuello blanco que pasan sin sonrojarse, creyendo que lo que hacen está bien porque lo hacen ellos sin merecer rechazo social, y cuando judicializados, premiados con condiciones especiales de casa por cárcel o libertades condicionales, que no les dan a los que no tienen recursos, haciendo imposible que puedan acceder a buenas defensas.
Pero, en fin, esta es la Colombia real que tenemos y en la que los ciudadanos poco podemos hacer contra esos poderes arbitrarios e injustos, discriminadores y selectivos.
Hoy escribiré sobre un personaje que ha dedicado su vida a trabajar y a ayudar sin hacer aspavientos ni propaganda.
Fuimos muy amigos hasta que la distancia nos alejó, pero no me quitó el recuerdo de su amistad, su inigualable acción como miembro de una familia decente que puede ser ejemplo para muchos de los que lo conocen y los que, sin conocerlo, puedan saber de él, eso además de su proceso como profesional destacado y como persona decente y culta.
Vivíamos en el condominio Torrear, donde departíamos y conversábamos constantemente. Su trabajo lo hacía con una sociedad que tenía con un hermano y otro socio, de los que terminó separándose por circunstancias especiales que le hacían imposible trabajar con ellos.
Creó su propia empresa, con la que construye en Manizales, Pereira y Bogotá entre otros. Formó con su esposa una bellísima familia con dos hijos que han sido ejemplares y que heredaron de sus padres todo lo bueno que ellos les enseñaron.
Construyó el edificio que queda detrás de la Torre de El Cable, cambiando un estilo rústico y muy imperfecto con el que se hacían las edificaciones en Manizales.
Por cosas del destino lo perdió todo, pero no desmayó, continuando con el apoyo del señor Mejía, de la Lúker, construyó el edificio donde está y que es un icono al buen gusto y la planificación esmerada.
Resurgió con trabajo constante y esmerado. Hoy no hay rincón de Manizales que no tenga una obra suya, una urbanización o un edificio, que respetan todas las normas establecidas en dicho arte.
Luz María Safón, su esposa, es una mujer ejemplar, dulce y buena como el agua cristalina, que tiene la transparencia de una ventana sin vidrio. Se sobrepuso a un cáncer con el que luchó hasta vencerlo, siempre de la mano de su compañero inseparable de vida.
Su labor en lo privado y en lo público es un manual de lo que un ser humano debe construir, con cimientos sólidos y con convicciones inquebrantables de rectitud, trabajo, honestidad y decencia.
Felipe Calderón Uribe es una persona digna y honesta, merecedora de toda la admiración y el aplauso de la gente que vive en la ciudad por ser ejemplo, por su apego a los valores más pulcros en los que cree sin cambiarlos por nada.