Si le menciono nombres como Elver Porfidio Cerón, José Albeiro Liz, Juan David Ramírez, Lucero Velásquez, Ana Elcy Arteaga, Diandra Natalia Zamora, Nawar Jiménez y Jorge Rangel seguramente nada le dirán. Pero si menciono el nombre Miguel Uribe Turbay no se requerirá mayor esfuerzo para saber de quién estamos hablando. Han sido víctimas de la violencia, sólo que los primeros nombres hacen parte de la penosa lista que la ONG Indepaz tiene de los 88 líderes sociales y firmantes de paz asesinados en el presente año.
Frente al irrefutable hecho, se plantea la siguiente pregunta: ¿por qué los medios de comunicación, la sociedad y las instituciones públicas y privadas centran expresamente su interés sólo en el lamentable atentado contra el senador de la República de Colombia? A manera de respuesta presento dos argumentos: el primero, basado en la metodología del Análisis de las Redes Sociales (ARS) creado en 1930 por el médico rumano Jacob Levy Moreno, precursor de la sociometría y que pretende comprender las estructuras sociales de grupos particulares midiendo la atracción o repulsión que causa un individuo. Y el segundo, basado en el concepto de “capital social” acuñado por el sociólogo francés Pierre Bourdieu y que consiste, según sus palabras en el conjunto de recursos relacionados con la posesión de una red durable de relaciones más o menos institucionalizadas.
La joven historiadora caleña Carolina Abadía Quintero, investigadora de la UNAM, afirma que una red es “la representación visual de las interacciones entre individuos o grupos de individuos”. Vamos a explicarlo con un ejemplo: Una red social es como una red eléctrica. Si se presenta un corto circuito, el sistema advertirá dicha falla. Es como si Miguel Uribe estuviera interconectado con la red eléctrica nacional, de la cual también hacen parte banqueros, empresarios, el clero, partidos políticos, clínicas, autoridades judiciales, militares y los medios de comunicación. Se trata sin duda alguna de una red muy fuerte a la que habría que sumar el fuerte capital social que detenta el senador, derivado de su linaje, sus adscripciones corporativas y patrimoniales. Lo anterior explica por qué cada miembro de dicha red sigue actuando con presteza y decisión.
Por su parte, cuando se atenta contra un líder o lideresa social, indígena, afrodescendiente, cultural o ambiental tal acto resulta sin duda desapercibido, pues sus redes a la manera de una micro estación eléctrica son tan frágiles y débiles que no alcanzan a provocar una reacción social, mediática ni institucional y las cadenas de oración simplemente no alcanzan a activarse para alivianar las penas de sus deudos. Como no tienen capital social por eso las llaman genéricamente como “víctimas” –sin nombres– y los actos criminales cometidos contra ellas están llamados a quedar impunes.
Colombia, el tercer país más desigual del mundo, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, tiene grandes retos a la hora de extinguir las causas de la violencia, pero sobre todo en garantizar un trato más igualitario en favor de las víctimas.