Cómo actividad colectiva para las sociedades que hacemos parte de las tradiciones judeo cristianas, la Semana Santa es sin duda el evento más importante del año, por encima de la Navidad, el Año Nuevo o la Feria de Manizales. Paradójico que en estado laico, la vocación católica termina condicionado los planes hasta de los más radicales ateos. Todo termina justificado, y no es para menos, en el reconocimiento de una sociedad colombiana pluriétnica y multicultural. En lo personal, el destino elegido fue Quito, capital de Ecuador, uno de los países miembros de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) junto a Perú, Bolivia y Colombia; donde viajar es tan fácil y sencillo como en un destino doméstico.
El propósito, conocer una de las ciudades más antiguas de Latinoamérica y destino principal de los procesos de evangelización y conquista española que explican la profusa presencia de antiguas y hermosas catedrales, templos y conventos en el llamado Centro Histórico de Quito, que datan, muchos de ellos, de más de 400 años de construidos. Aunque se destacan al igual que en Bogotá la Basílica del Voto Nacional, la iglesia de la Compañía de Jesús, la iglesia y convento de Santo Domingo y la Catedral Metropolitana; son especialmente llamativas la Iglesia y el convento de San Agustín, que cuentan además de una majestuosa construcción, con las asombrosas e icónicas obras pictóricas y lienzos de Miguel de Santiago, considerado como representante de la Escuela Quiteña.
Pero un recorrido por las manifestaciones de la fe católica resulta incompleto, si no se visita la iglesia y el convento de San Francisco. El templo, considerado de los más grandes y antiguos de Latinoamérica, alberga en su interior una extensa y minuciosa colección de talla en madera y de incontables obras de arte pintadas sobre paredes y retablos en medio de un despliegue infinito de color dorado que parecen emular una construcción de oro sólido. Aunque podría pensarse que tan magnífica obra desafía o contradice la doctrina del santo de Asís. La verdad es que lo allí construido refleja de manera perenne la aportación cultural de una sociedad que trascendió lo religioso para ser reconocida como una autoridad en materia pictórica y en talla de madera.
Cómo dato curioso se encuentra que en el convento de San Francisco se produjo por muchos años la cerveza “Franciscana”, medida que permitía que sus miembros pudieran acceder a una bebida fermentada, dada la escasez de agua potable, pero eso sí, solo un vasito por fraile y por comida. Hoy se sigue comercializando la santa cerveza, pero ya no bajo la regencia de la benemérita comunidad franciscana. En materia gastronómica la oferta es bastante amplia, pero el plato típico en Semana Santa es sin duda la Fanesca, una deliciosa sopa compuesta por 12 granos que representan a los apóstoles, incluyendo al malquerido Judas Iscariote, y en la que el maíz no puede faltar. Se le agrega zapallo, col, queso, huevo tibio en rodajas, tajadas de plátano y pescado seco desalinizado acompañado de un puré de papa, y de postre, queso con brevas (higos como le dicen allí).
Desde lo histórico y cultural la Semana Santa debería tener una mirada mucho más profunda sobre la manera como cada pueblo representa sus memorias espirituales y las hace prevalecer a través del tiempo. Viajar por los países de la CAN es sin duda un respiro para las personas procedentes de Colombia y reflejan el principio de reciprocidad del derecho internacional, no como sucede por ejemplo con Costa Rica o con Estados Unidos, donde la normalización de la discriminación se han convertido en un asunto cotidiano.