En un rincón poco habitual para hablar de educación, el eco de una espada rozando el piso y el ritmo acompasado de una silla de ruedas nos ofrecen una nueva perspectiva.
Allí, donde niños y niñas practican esgrima junto a un grupo de paraesgrima, la enseñanza no solo es técnica: también es humana. ¿Qué ocurre cuando en un mismo espacio conviven estudiantes y deportistas con y sin discapacidad? ¿Qué se aprende allí que no está en los libros?
La educación básica y media, en su sentido más amplio, no es únicamente la transmisión de contenidos académicos. Es también la formación en ciudadanía, en convivencia, en reconocimiento del otro. Y esos aprendizajes, aunque pueden intencionarse desde el aula, se consolidan en los espacios donde los niños y niñas interactúan con la diferencia, la resiliencia y la dignidad.
En Manizales, según datos de la Unidad de Calidad de la Secretaría de Educación Municipal, durante el 2023 se reconocía la presencia de 1.658 estudiantes en situación de discapacidad en las instituciones educativas, representando el 3,4% de la matrícula total.
Este dato, más allá de una cifra, representa una oportunidad real para transformar las aulas en espacios de inclusión auténtica, donde la diversidad no se tolere: se valore.
Ver a una persona en situación de discapacidad enfrentarse al rigor de un entrenamiento, con disciplina, determinación y alegría, deja una huella profunda. Para un niño o una niña, convivir con quienes enfrentan retos diferentes -y lo hacen con dignidad y fuerza- transforma su manera de entender el esfuerzo, la empatía y el valor de lo colectivo.
La esgrima, un deporte que exige precisión, respeto por el oponente y control emocional, se convierte en una metáfora poderosa de lo que puede ser la educación. En cada estocada se mide no solo la técnica, sino también la capacidad de pensar antes de actuar, de asumir errores con humildad y de aprender del otro.
Practicarla junto a personas con discapacidad añade un ingrediente esencial: la comprensión de que todos enseñamos y aprendemos desde nuestras diferencias.
Un estudio de la Universidad de Zacatecas en México evaluó las aulas con presencia de estudiantes en condición de discapacidad, demostrando que esta convivencia facilitaba la socialización de todos sin excepción y les permitía construir autoconfianza en ellos mismos (ver: https://acortar.link/QBLlxC).
Esta convivencia, cuando se da con naturalidad, enseña que la inclusión no es una excepción ni un favor, sino una forma de crecer.
No toda educación ocurre entre cuatro paredes ni frente a un tablero. Hay escuelas que nacen en los coliseos, en los recreos, en los silencios compartidos. Allí también se aprende a ser ciudadano, a respetar, a escuchar, a convivir.
Esta es la primera parte de una historia que se teje entre espadas y pasillos escolares. En las siguientes entregas conoceremos un grupo de paraesgrimistas, campeones nacionales, cuya historia inspira a distintos jóvenes a mirar la educación desde otro lugar: uno donde la convivencia y la diferencia también enseñan.