En una tarde cualquiera, el silencio de un coliseo se rompe por el golpeteo metálico de una espada. Jeisson Mendieta, campeón nacional de sable en los Juegos Paranacionales 2023 y medallista internacional en España, Brasil e Italia, ajusta su equipo.
Su presencia es serena. Sus movimientos, firmes. Su mirada, clara. Habla de la esgrima como si hablara de la vida: “Es un deporte para caballeros”, dice.
Y aunque hay golpes, lo importante es no perder la esencia como persona. “En la pista somos rivales, pero fuera de ella, compañeros. Aquí no se crean enemigos”.
A veces, grandes maestros no están en un aula, sino en una pista. Es una lección silenciosa que impacta a quienes lo rodean.
Jeisson muestra sus prótesis con tranquilidad, no como un acto de valentía, sino como una herramienta pedagógica. Los niños y niñas que entrenan junto a él lo miran sin miedo ni compasión: lo miran con respeto.
Y en ese gesto cotidiano, sin discursos ni manuales, ocurre la educación.
“Difícilmente se puede aprender a respetar las diferencias si no se convive con ellas, si las diferencias de cualquier tipo se obvian y se excluyen”, expresa Rosa Blanco, especialista en educación de la UNESCO en el libro La inclusión en la educación.
Cómo hacerla realidad, porque la convivencia con la diferencia no se enseña, nace desde el ejemplo.
Y no solo Jeisson, todos los paradeportistas del Club Athos, con su presencia constante, enseñan que las barreras muchas veces no están en el cuerpo, sino en la mente.
“No hay limitaciones, solo sueños, y barreras que nosotros colocamos para cumplir esos sueños”, repiten. Su historia no se reduce a la superación personal; es una guía para entender que el deporte también educa en ciudadanía, en empatía, en resistencia.
Cuando los niños y jóvenes comparten estos espacios no están aprendiendo solo a hacer una estocada correcta, están entendiendo que alguien puede llegar a entrenar sin haber comido, encontrarse en situaciones de conflicto personal, que puede competir con una prótesis y ganar una medalla sin renunciar a su naturaleza.
Están aprendiendo, en otras palabras, que el mundo es diverso y que esa diversidad enriquece. Que competir no es eliminar al otro, sino crecer con el otro.
Jeisson insiste en que cuando el deporte se implementa desde la infancia se cultivan valores como la excelencia, la disciplina, la empatía y el trabajo duro. Y si a eso le sumamos la convivencia con personas en situación de discapacidad, con distintas historias, ingresos o preocupaciones, se crean aprendizajes para la vida que ningún tablero podría ofrecer.
“Cuando los estudiantes interactúan y aprenden juntos, surgen oportunidades para fomentar valores esenciales como el respeto, la empatía y la colaboración” (ver: https://acortar.link/hNJAae).
Hoy en Manizales estos espacios existen. No como una excepción, sino como una oportunidad.
Niños con y sin discapacidad entrenan juntos en 190 clubes deportivos en la ciudad, siendo 6.650 deportistas. Se miran como iguales. Aprenden unos de otros sin que nadie les tenga que explicar qué es la inclusión: simplemente la viven.