En una esquina del coliseo, mientras las espadas chocan con ritmo casi coreográfico, Celeste Parra Ríos afina sus movimientos. Tiene 14 años, es campeona nacional en sable y ha competido más de 60 veces en escenarios de todo el país y del mundo. A su lado está su madre, Ángela María Ríos González, quien no solo la acompaña en los viajes: también observa, escucha y aprende.
Ambas coinciden en algo que no se dice en voz alta, pero se vive cada día, la fuerza del aprendizaje que nace de convivir. “Es excelente como se resaltan esas habilidades cognitivas y físicas”, comenta Ángela, sorprendida por la agilidad y concentración con la que los paradeportistas enfrentan cada sesión. “Verlos nos cambia”, añade. Y Celeste, que creció entre pistas y sables, ya no imagina otro entorno posible, uno donde todos, con o sin discapacidad, se miran como iguales.
En estos espacios no hay discursos sobre inclusión ni manuales para tratar con la diferencia. Lo que hay es una convivencia que transforma. Un respeto profundo, intrínseco, que está presente incluso en las palabras. Y aunque no se exige formalidad, sí se cultiva una flexibilidad constante: la que se necesita para adaptarse al otro, para entender su ritmo, sus tiempos, sus luchas.
Celeste ha crecido viendo que la discapacidad no es un límite, sino una forma distinta de moverse por el mundo. Ha visto cómo se celebran los logros con una mezcla de admiración y orgullo. Ha comprendido que lo físico es solo una parte, y que lo mental, lo emocional, lo humano, pesan igual o más. “Cada día es interesante”, repite su madre. Y ese interés no es solo por la técnica, sino por las historias que se cruzan, por los vínculos que se tejen sin que nadie los imponga.
Porque en esos entrenamientos se aprende sobre adaptabilidad, sobre resiliencia, sobre metas que se ajustan, pero no se abandonan. Se aprende que la voluntad también se entrena, y que la admiración genuina por el otro es una poderosa forma de crecer.
Hay algo profundamente educativo en convivir con quien ha tenido que reconstruirse. Se enseña desde la experiencia. Un estudio cualitativo en tres escuelas de España evidenció que la inclusión también transforma a quienes no tienen discapacidad. Al convivir en entornos diversos, los estudiantes desarrollan respeto, paciencia y habilidades cognitivas al explicar conceptos a sus pares (ver: https://acortar.link/it6X9x).
En el artículo “El impacto del Día Escolar Paralímpico en las actitudes de los alumnos hacia la inclusión en la educación física”, liderado por 3 universidades de Virginia, EE. UU., participaron 143 estudiantes de sexto grado: 71 asistieron a la jornada paralímpica y 72 conformaron el grupo de control. El grupo participante mejoró significativamente su actitud hacia la inclusión y la convivencia.
Esta entrega empezó entre espadas y terminó hablando de humanidad. Una historia que confirma que la educación más transformadora no siempre está en los libros. A veces, basta con mirar un coliseo en silencio y escuchar lo que enseña el respeto, la convivencia y la diversidad.
*El uso del nombre de Celeste Parra Ríos, menor de edad, fue autorizado expresamente por su madre, Ángela María Ríos González.