Francisco se levanta todos los días entre cuatro paredes de concreto. Luego baja las escaleras, sale de su caja y se sube a otra: una caja de metal que lo lleva a una tercera caja, esta vez de vidrio, donde trabaja, almuerza y, si puede, se entretiene en su celular. Así pasan sus días. Francisco no puede hacer mucho más. En su barrio no hay parques, las aceras son estrechas y en mal estado, y las calles parecen hechas para carros, no para personas. Afuera hay ruido, huecos, desorden e insatisfacción. Por eso, Francisco se queda adentro, entre cajas.
Al otro lado de la ciudad, Andrés también se despierta entre paredes de concreto.
Pero su rutina es distinta. Sale a correr por calles arboladas, camina hasta el parque donde en sus alrededores encuentra algo para desayunar, va en bicicleta a estudiar mecánica dental y vuelve en la tarde pedaleando tranquilamente. Andrés también vive en una ciudad de cajas, pero su barrio le permite elegir. Él puede decidir si salir a caminar o quedarse en casa. Puede usar bicicleta, transporte público o sus propios pies. Andrés tiene un privilegio: la libertad de estar afuera.
La diferencia entre Francisco y Andrés no está solo en sus decisiones personales, sino en las condiciones que los rodean. No todos en la ciudad pueden elegir. Para algunos, la calle representa peligro o abandono. Para otros, es un espacio de encuentro, salud y posibilidades. Y en eso, la ciudad también educa. La ciudad muestra quién puede y quién no puede vivirla.
En la más reciente Encuesta de Percepción Ciudadana de Manizales Cómo Vamos (2024), el 14% de los manizaleños señaló que su principal medio de transporte es caminar. Solo el 3% dijo que se mueve en bicicleta. Entre quienes caminan, el 74% se siente satisfecho. Pero entre los ciclistas, apenas el 37% expresa lo mismo. Eso nos dice algo. No solo sobre las condiciones de movilidad, sino sobre cómo se vive, se sufre o se disfruta la ciudad.
La buena ciudad no es la que te obliga a tener carro, ni la que te encierra con disgusto. Es la que te permite elegir: donde un niño puede jugar en su cuarto o en un parque cercano, y un adulto puede correr en una caminadora o por las calles con tranquilidad. La libertad urbana no depende solo de la propiedad, sino del acceso al espacio compartido.
Así lo muestra el estudio Desigualdades espaciales y ciudades, que explica cómo las redes urbanas mal diseñadas limitan oportunidades y profundizan desigualdades, especialmente para quienes viven en barrios con escasa infraestructura y conectividad (ver aquí: https://acortar.link/bTb4Lo). Otro estudio en Auckland, Nueva Zelanda, reveló que vivir cerca de áreas verdes se asocia con menor frecuencia de tratamientos por ansiedad y trastornos del ánimo (ver aquí: https://acortar.link/A7hn7v).
La vida verdadera no está dentro de una caja. Está en la calle, en el parque, en la bicicleta, bajo la sombra de un árbol. La ciudad justa lo entiende. Y lo hace posible. Para todos.