Gonzalo Duque Escobar

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@godues

En Colombia donde resta el 4% de 12 millones de hectáreas de guadua que existieron, debemos poner freno a la depredación que explica este ecocidio y garantizar la necesaria conectividad biológica en tiempos de cambio climático, para restablecer con los bosques de galería la transición entre los bosques secos tropicales y los de niebla, dos ecosistemas arrasados cuando sus extensiones iniciales de 9,7 y 9 millones de hectáreas, también se han reducido y en su orden al 8% y 25%.
Como antecedente en 1952, el Agrónomo Francisco Mejía Hoyos de la Escuela de Minas, consciente de la importancia de la guadua para Colombia, y viendo que no se fortalece la tradición de uso y más del 90% se pierde en el rodal, además de advertir sobre la gravedad de la destrucción de sus reservas, fue el primero en subrayar en su obra “La Guadua” la importancia de investigar y detener la intensa presión ejercida sobre la guadua angustifolia por ser una de las especies nativas más afectadas del país.
En 1820, el botánico Kunth constituye el género de la subfamilia del bambú y de la familia poácea, llamándolo “guadua” por la denominación indígena local para este material americano, que ocupa el segundo lugar en diversidad de los bambús en Latinoamérica, y que ha sido importante en la cultura del país andino, por tratarse de un excelente recurso renovable, de rápido crecimiento, fácil manejo y multitud de usos, y por brindar beneficios económicos, sociales y ambientales a las comunidades rurales.
Sabiendo que al 2000 las exportaciones colombianas al lado del Valle del Cauca y Antioquia, con destinos a Estados Unidos y Europa, tuvieron el protagonismo del Eje Cafetero donde se reporta la existencia del 40% de las 50 mil hectáreas de rodales que aún subsisten en el país, rescatemos la importancia de diversas acciones que en lo corrido del siglo y ahora, se han emprendido desde las Corporaciones Autónomas Regionales, Cámaras de Comercio y Academia, no sólo por sus universidades sino también con el SENA, para que volvamos al tema. Veamos:
Si actualmente Corpocaldas con la Gobernación implementa la agenda con el Plan de Manejo de la Guadua, como estrategia que impulsará el mini clúster iniciado por la Cámara de Comercio a principios de siglo, y el SENA al vincularse a la Mesa Sectorial de MinAgricultura acompaña la nueva cadena productiva, esperamos que en el departamento donde la mayor expresión del potencial del bambú lo expresa la excelsa obra de Simón Vélez creador del Pabellón ZERI, la Escuela Taller de Salamina cultora del bahareque como arquitectura vernácula fundamental para el Patrimonio Cultural Cafetero -PCC-, retome dicha ruta.
Como referente en Risaralda, donde además de la copiosa producción científica de la UTP que contó con el invaluable apoyo de la agencia GIZ de Alemania, las dinámicas productivas e industriales alcanzan connotado desarrollo en la empresa Yarima-Guadua con el liderazgo de la Dra. Lucía Mejía Marulanda, una de las productoras de guadua insignia del país, se da el aprovechamiento sustentable de un relicto certificado de rodales naturales, para generar 3200 piezas mensuales de excelencia, y se enseña sobre el manejo integral de la plantación mirando las oportunidades de expansión regional.
Además de los desarrollo de David Manzur (1980-86) para la propagación vegetativa de la guadua angustifolia Kunth, y del libro Bambusa Guadua de Marcelo Villegas (1989), entre otras investigaciones habrá que resaltar en nuestro entorno, los estudios de los Ing. Jorge Eduardo Salazar y Fernando Mejía (1985), sobre las propiedades físicas y mecánicas de este “acero vegetal” como elemento estructural con propiedades sismorresistentes, y el aporte del Arq. Jaime Mogollón (1987) sobre su apropiación tecnológica mediante el sistema normalizado en guadua y madera.
Añádase la valoración fundamental de la arquitectura vernácula del bahareque de guadua como principal atributo del PCC, por ser una tecnología que floreció en Manizales desde finales del siglo XIX hasta los incendios de la década de 1920, según lo subraya el Arq. Jorge Enrique Robledo en “Un siglo de bahareque en el Antiguo Caldas” (1993); y la expedición de la Norma Sismorresistente para estructuras con guadua (NSR-10 – Título G), elaborada por la Asociación Colombiana de Ingeniería Sísmica.