Se cuenta que un joven universitario viajaba en el mismo asiento del transporte con un anciano que estaba orando.
El joven se atrevió a decirle: “¿Por qué en vez de rezar no se dedica a aprender e instruirse un poco más?
Y el joven agregó con cierta suficiencia: “Yo le puedo enviar un libro para que se instruya”.
El anciano al bajarse le dijo: “Le agradecería que me enviara el libro a esta dirección”, le entregó su tarjeta y se fue.
En la tarjeta se leía: Luis Pasteur, director del Instituto de Ciencias de París.
El universitario quedó avergonzado. Había pretendido darle consejos al más famoso sabio de su tiempo.
Viajaba con el inventor de las vacunas, estimado en todo el mundo y profundo creyente.
Es que la ciencia y la fe solo se oponen cuando sus seguidores las enfrentan sin discernimiento. Muchos científicos son buenos creyentes.
@gonzalogallog