Investigaciones científicas actuales han establecido con entera precisión la recíproca influencia que existe entre el entorno físico y el hombre.
El entorno físico -con su clima, altitud, estaciones, temperatura, presión atmosférica, riqueza del suelo, paisaje y demás condiciones ambientales- ejerce una gran influencia sobre la vida humana y social, pero también el hombre modifica permanentemente el entorno natural a través de su actividad industrial y, en general, de la aplicación de los conocimientos científicos a las tareas productivas, con efectos degradantes muy peligrosos sobre la naturaleza.
Se han levantado voces de alarma de científicos e investigadores ambientalistas acerca de la necesidad de tomar medidas para impedir que este proceso devastador continúe.
Ellos han contribuido a formar en la población una conciencia ecológica, que hasta hace no mucho tiempo era atributo exclusivo de pequeños círculos científicos para defender los ecosistemas e impedir que la agresión de las fuerzas productivas rompa los equilibrios de la naturaleza.
La expresión política de esta conciencia ecológica se ha dado en la creación de ministerios de ambiente en algunos países, en la formación de los llamados partidos verdes -cuyos programas de acción están basados en cuestiones ecológicas -, en la incorporación de proyectos ambientales a los programas de los partidos tradicionales y en la integración de organizaciones ecologistas no gubernamentales.
El tema, sin duda, se ha politizado. Bajo su invocación se ha formado en muchas partes del mundo una cultura ambientalista, muy activa y motivada, que repugna la lucha contra la pobreza y la desigualdad, como condición para la conservación de la biodiversidad, y la transformación social para implantar modelos de desarrollo que sean capaces de funcionar armónicamente con la naturaleza.
Los problemas ambientales no admiten soluciones de libre mercado. La mano invisible del mercado no se preocupa de estas cosas. Sus fuerzas son utilitarias están más preocupadas en cuestiones de dividendos antes que en asuntos ecológicos.
Se necesita la intervención consciente y deliberada de la autoridad para dar soluciones válidas al problema de la depredación de la naturaleza. Un elemental sentido de solidaridad para con quienes vendrán después en la apasionante aventura de la vida, nos obliga moralmente a dejarles un suelo limpio, aire puro, agua cristalina y forestas verdes.
Sin duda una de las peores amenazas -entre varias otras- para el futuro de Colombia, es la depredación y la contaminación de nuestros mares. La pesca excesiva está causando en ellos estragos irreversibles por la feroz competencia entre las flotas pesqueras por explotar sus recursos.
Según afirma el primer informe anual sobre el medio ambiente, el 70% de la reserva de peces de importancia comercial se explota en exceso y esta actividad va camino de agotar las existencias de bacalao y de peces en el Atlántico.
La existencia de algunas especies oceánicas grandes, como el atún, los tiburones, los peces espada ha declinado entre 60 y 90% en las últimas dos décadas.
Además, la pesca con explosivo, la explotación minera, la descarga de desperdicios contaminados y otras actividades industriales han destruido los hábitat oceánicos y costeros y la fauna que en ellos habita.
Los bosques tienen importantes funciones ecológicas. No sólo constituyen funciones ecológicas. No sólo constituyen hábitat para millones de especies y ofrecen alimentación para los seres vivos, sino que desempeñan un papel trascendental en la regulación del clima del planeta y protegen los suelos de la erosión.