A la pregunta de si ¿el proyecto 2025 sería implementado en su Administración?, formulada a Donald Trump durante la campaña que lo llevó a la Presidencia de los Estados Unidos, “lo negó 3 veces” como atestiguan lo hizo el apóstol Pedro, poco antes de los días aciagos que estaban por venir.
Hoy por hoy, la luz incandescente de los reflectores está enfocada en los aranceles con los cuales el presidente republicano busca fustigar al mundo entero, que, según él, ha venido abusando de los norteamericanos. Una consulta a la historia demuestra exactamente lo contrario.
Ante semejante extorsión se solicitó una negociación seria de numerosos países, lo cual lo llevó a jactarse ante las cámaras de que la mayoría de ellos le estaban “besando el trasero”. Cosa que, sin meternos mentiras, estamos haciendo hace poco más de un siglo. Hasta ahora nadie lo había dicho con tanta claridad, sin ser tildado de comunista.
Y también, en las agresivas deportaciones de inmigrantes utilizando como herramienta la inhumana manera de declarar, a una gran mayoría, como fallecidos. Cuesta imaginar el desasosiego de una persona al enterarse, un día, de que el presidente de la democracia, por ahora más antigua del mundo, lo había condenado a muerte.
Bukele, siguiéndole el juego a Donald Trump para birlar la justicia norteamericana, se presentó en la oficina oval y, a la vista de todos, sacrificaron a un “insignificante” salvadoreño.
Mientras todo esto sucede se viene interpretando al pie de la letra la partitura diseñada por la poderosa Fundación Heritage que, en esencia, apunta a destruir los cimientos de la democracia, una cuidadosa estrategia para establecer desde hoy y para siempre un gobierno autocrático.
En primer lugar y a toda costa, se busca acabar con el legado demócrata de Joe Biden. Un enemigo calumniosamente fabricado para justificar la retórica trumpista.
Inspirada en el axioma que considera a la raza blanca, como la única heredera de todos los derechos otorgados por Dios, está socavando los principios de las minorías, puesto que las considera indignas para ejercer una ciudadanía con igual legitimidad ante la ley.
Para alcanzar su objetivo autocrático, considera necesario debilitar la frontera entre los poderes legislativo y judicial, hasta convertirlos en meros acólitos del ejecutivo en quien reposarán todas las decisiones del estado.
Adoctrinar el pensamiento del pueblo norteamericano exige, entre otras cosas, el desmantelamiento del Departamento de Educación y la autonomía universitaria, acabamos de oír cómo se congelaron 2.200 millones de dólares, de los recursos estatales destinados a la universidad de Harvard, si no somete su administración y currículos académicos a los lineamientos políticos trazados por la Casa Blanca.
Además se decretó la inexistencia del cambio climático, el retiro de los acuerdos de París, el desmantelamiento del seguro social, Medicaid y USAID, agencia internacional para el desarrollo.
Finalmente y, para cerrar con broche de oro, los funcionarios del Gobierno se están reduciendo a un mero ejército de eunucos, cuya permanencia está condicionada a la fidelidad irrestricta a Donald Trump.
Y por si fuera poco, vamos con todo, por un tercer mandato.