Manizales se ha caracterizado por la construcción de infraestructuras urbanas destinadas a dotar la ciudad con obras que por su calidad, incluso audacia, han sabido desafiar los estragos del tiempo. Un alto sentido de la estética, materializado en su disposición urbano-arquitectónica, entendida como condición para satisfacer las necesidades de hacer de la ciudad, a la par de un emporio comercial y de servicios, un lugar ideal para vivir.
El espíritu de innovación y libertad heredado de la colonización del siglo XIX, ha estimulado las grandes obras de cuya impronta nos vanagloriamos. Construimos, para superar los incendios históricos, el referente republicano más importante del país, una catedral seleccionada en París de una justa destinada a la elección de la mejor entre las mejores, 74 kilómetros de un cable aéreo para comunicarnos con el resto del mundo; memoria emulada con las 3 líneas actuales, un teatro que fue considerado como el mejor dotado de la América hispana y así sucesivamente podemos enumerar otras más. Muchas fueron posibles gracias a un entusiasta sentido de lo cívico, y/o mediante donaciones económicas destinadas a sufragar los altos costos de las obras.
Cuando la carretera dejó de pasar por la Plaza de Bolívar, como sucede con la “variante” en numerosos pueblos, la ciudad tuvo un repliegue económico y una diáspora de talentos humanos, que coadyuvó a la generación de un clima de derrota de cuya secuela aún nos estamos recuperando, las elites se “contentaron” con el estatus de rentistas de capital, cediéndole el turno a urbes mejor ubicadas dentro del entramado vial del occidente colombiano. Todo ello contribuyó a que las obras públicas fueran tratadas con mezquindad o como obras de tan solo un periodo de gobierno, renunciando a la trascendencia necesaria para el devenir de la ciudad.
Por supuesto que se han puesto en marcha intersecciones viales de trazos y factura impecables, las cuales, indiscutiblemente, han mejorado la movilidad vehicular, pero aún estamos lejos de entender las necesidades de una población que hace la mayoría de sus desplazamientos a pie, evadiendo soluciones peatonales dignas de una ciudadanía que además está envejeciendo.
De tiempo atrás hemos ido recuperando terreno, un esfuerzo que restauró la convicción de que vivimos en uno de los mejores lugares, incluso atractivo para numerosos nacionales de los cuales hoy somos sus anfitriones; de ahí los estimulantes reconocimientos internacionales.
En ese orden de ideas acabamos de inaugurar la Línea 3 del Cable Aéreo; hacía tiempo, con excepción del Parque del Cuidado frente al SES, no experimentábamos una obra tan respetuosa del entorno urbano, de arquitectura fina, comprometida con la ciudad y con la estética, resultado de un concurso destinado a seleccionar el arquitecto que mejor interpretara nuestra idiosincrasia, hiciera gala de su ética profesional y garantizara la calidad de una obra con vocación de futuro.
Las estaciones de la Línea 3 son ejemplo indiscutible de una obra pública concebida para enaltecer la ciudad, un ejemplo de respeto por la gente. Invito a asumirlas como propias y contribuir con ello a la construcción de una ciudad y una ciudadanía civilizadas.
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PD: Es mi deber comunicar que fui asesor del concurso arquitectónico de la Línea 3 hasta el cierre de Ideas más.