El ejemplo que Antioquia le está dando al país es de antología. Ante la desidia del presidente Petro con esta tierra, y sus constantes retaliaciones que dejan claro el revanchismo gubernamental y la visceralidad con la que el Gobierno actúa, la tierra paisa no se deja amilanar y acude a sus más íntimos sentimientos de patriotismo, demostrando que no es gratis el empuje, emprendimiento y verraquera por los que son reconocidos los antioqueños. Y pensar que esa era también la característica de los caldenses y manizaleños hace apenas unos años, cuando construimos la Catedral de Manizales (segunda más alta de América); o el cable aéreo a Mariquita (el más largo del mundo); o nos reconocían como emporio industrial, comercial, cultural y agrícola; o posábamos de referente político con personajes de primer orden en la Nación… Soñábamos con grandes obras y las volvíamos realidad sin dilaciones ni retrocesos.
¿Pero qué tenemos hoy? Carencia de espíritu, adormilamiento de iniciativas, rencillas politiqueras, frustración de proyectos y deterioro de imagen. Y todo esto gracias a la maledicencia de muchos; las ganas de protagonismo de otros; la impotencia de perdedores inconsolables; las revanchas personales trasladadas a proyectos institucionales; y la apatía de personas buenas quienes, al ver tanto sinsentido, prefieren marginarse de esas peleas absurdas y trabajar solos e independientes, con lo que se pierde la fuerza de la unión que es precisamente el motor del desarrollo de los pueblos.
No podemos hacer abstracción de lo que nos pasa en Caldas, ni mucho menos taparnos los ojos ante esos factores de destrucción, que se originan en personajes que buscan réditos políticos personales inmediatos, pero ocasionan la debacle social, institucional y política en todo el departamento. En este símil nostálgico con Antioquia, ¿qué podríamos decir de Aerocafé, por ejemplo, comparándolo con Hidroituango? Que nuestra mediocridad queda manifiesta y que mucho tendrán que reflexionar aquellos enemigos del Aeropuerto, cuyo propósito principal es destruir a sus rivales políticos, mientras la esencia estructural pasa a un segundo plano.
Que nosotros, con un dinero disponible para empezar las obras, desperdiciamos los últimos cuatro años enfrascándonos en peleas entre diputados enemigos del Gobierno (que se aliaron con los vecinos territoriales a quienes no les conviene que se haga la obra), y el propio Aeropuerto que se vio asediado por constructores irresponsables y por un manto de supuesta corrupción que debería ser resuelto en los estrados judiciales, mientras el proyecto sigue su curso. (Tal cual como sucedió en Hidroituango). Pero no. Aquí detuvimos el proyecto, lo atacamos vilmente, lo vilipendiamos como si la obra fuera sus dirigentes y, para satisfacción de sus enemigos, lo tienen en una cuerda floja a merced de quienes lo utilizan como diana para sacarse su espina política. Piensan en la destrucción del proyecto como un triunfo sobre sus enemigos. ¡Esa es la diferencia entonces! 
Mientras en Antioquia, a pesar de que se surten duros enfrentamientos, se tiene la claridad de que las obras tienen que ser la prelación, y las protegen de los efectos de sus sentimientos personales, en Caldas prevalece la visceralidad y orientamos los esfuerzos a derrumbar la obra para derrotar al rival. En Antioquia gana el departamento, independientemente de quién sea el triunfador político; en Caldas perdemos todos, pues el triunfador político no encuentra obras para ejecutar porque el campo de batalla ha sido, precisamente, las obras que se destruyeron en la guerra. Lo mismo pasa con las obras del hermanamiento con Antioquia y demás proyectos que se empezaron en la anterior Administración.
Es un absurdo pensar que debemos atacar la construcción de vías, viviendas, hospitales, centros recreativos y culturales, etc., por el solo hecho de haber sido concebidas en una Administración con la que no se estuvo de acuerdo. ¡No! Caldas debe pensar en grande, unida, cohesionada y enfocada en generar riqueza a través de sus valores. Los problemas de corrupción, delitos o incumplimientos contractuales deben ser dirimidos por las autoridades constitucionales. Y los demás actores deberíamos  convertirnos en soporte de quienes luchan por la continuidad de las grandes obras y el emprendimiento de otras. ¡Tenemos mucho que aprender de Antioquia!