¡Huelga! ¡Paro general! ¡Destrucción! Son las “armas democráticas” que está esgrimiendo el Gobierno después de que el Senado de la República le hundió la mal llamada consulta popular que, en el fondo, era el salvoconducto legal para anticipar y financiar su campaña política con miras a la Presidencia en el 2026.

Con un infortunio adicional para Petro: antes del hundimiento de ese adefesio, el Senado revivió la reforma laboral para darle paso a dos nuevos debates en comisión y plenaria, en los cuales se pueden hacer las modificaciones que se pretendían vía consulta, y con lo que se le tapa la boca al Gobierno.

La reforma laboral está más viva que nunca, solo que sometida a los mecanismos democráticos que dice defender y que, en la práctica, tanto desprecia.

Aunque en medio del júbilo queda un sinsabor: la destrucción que se viene. Los colombianos sabemos que en el único escenario en el cual se siente cómodo el presidente es en el de la guerra, y sabemos que sus intenciones están orientadas a generar enfrentamientos violentos en las calles para tener un motivo supraconstitucional que le permita eternizarse en el poder. ¡Y ya empezaron!

Porque su discurso desde China fue, como siempre, incendiario: ordenar a las Fuerzas Militares y de Policía abstenerse de usar las armas contra el pueblo, cuando a su vez incita a ese “pueblo” a que se pronuncie bajo sus propias instrucciones; es dejar un claro mensaje de autorización para que sus tropas salgan a destruir, con la tranquilidad de la inoperancia de la Fuerza Pública. 

Es decirles que procedan como lo saben hacer: violencia, destrucción, caos y terrorismo (para lo que están preparados y armados), y que pueden estar tranquilos porque ya el Gobierno maniató a sus eventuales represores.

Lo que significa, además, un temerario mensaje para los millones de colombianos buenos e inermes: Tenemos que estar preparados porque la voluntad del emperador se cumple sí o sí, y por encima de cualquier escrúpulo, legalidad o constitucionalidad, y a costa de la vida, honra y bienes de las personas.

¿Protestan porque se les ha cercenado la expresión de su voluntad? ¡Estúpidos! Las decisiones del Congreso de la República son las decisiones del pueblo, pues fue este quien les dio el poder a los congresistas para que actuaran en su nombre.

A esto se le llama democracia representativa y es la que nos rige. Aunque explicarles esto a los petristas es inútil, porque la gran mayoría vive volando.

¿O no se acuerdan de que este mismo Congreso fue el que aprobó, sin debatir, la reforma pensional? ¿O que es el mismo Congreso que elige a los magistrados que poco a poco se toman las altas cortes? ¿O que es la misma institución a la que pertenecen terroristas impunes que, en lugar de cárcel, se les premió con curules, protección y una vida de oligarcas?

Nos embargan sentimientos encontrados: Alegría por el triunfo de la democracia, y tristeza por la destrucción que se urde desde la Presidencia. ¡Duele Colombia!