Se comprende que los seres humanos racionales son eso y no otra cosa. Por lo tanto, su comportamiento está íntimamente ligado al significado de una conducta variable de persona a persona, sometido a infinidad de características que determinan la individualidad, la cual debe ser respetada sin atenuantes por los demás congéneres.
Esta singularidad se establece en toda la geografía del orbe, incluyendo territorios que no reconocen políticamente las prerrogativas de las personas a ser como quieren ser, independientemente de las normas a las que están sometidos por obligación, teniendo en cuenta, o sin tenerla, el cruce de derechos y deberes.
Utilizando un símil, ninguna persona es totalmente un ángel o un diablo. Todas las demuestran o esconden, perfecciones e imperfecciones en cualquier momento de su vida consciente.
Ello conduce a entender y practicar respetuosamente la vida de relación con la naturaleza y por excelencia con otros congéneres.
Querer más a su mascota que al hermano es su derecho, aunque no sea entendido y aceptado por otros. Sin embargo, esa libertad tiene un límite que debe ser preservado a todo costo: Los derechos de las demás personas indican la frontera inviolable.
Antiguamente en los hogares estaban vedadas ciertas palabras que los padres, profesores y otros familiares consideraban no apropiadas para los niños ni tampoco para ellos.
Tanto era el mandato impositivo que el término carajo no era de la aceptación social. Hoy se usa comúnmente, sin representación en el diccionario, pero sí práctico, tolerado y sin ningún grado ofensivo.
El ambiente en el cual se desenvuelven las personas ha cambiado radicalmente sin llegar a clasificarlo como mejor o peor. Es la evolución de la vida diaria y cada quién se adapta o se somete a las imposiciones sociales que comprenden entre otras: familiares, laborales, amistades o educativas.
El país asiste a la utilización de un lenguaje que al menos sorprende. Quienes lo utilizan provienen de todas las escalas educativas para no mencionar a los habitantes de calle, alcohólicos o drogadictos que tienen su propia jerga que les permite comunicarse entre ellos.
La moda, por ahora, no justifica el atropello verbal o escrito entre personas que se deben respeto. Produce terror emocional la manera como se está utilizando el lenguaje entre opositores: empleados y superiores; entre académicos, y la lista es tan grande que ya quedan pocos cuyo lenguaje permanente es decoroso.
Hay que recordar como un ejercicio reconfortante la época de la olvidada Instrucción Cívica y la Urbanidad. Sin pretender, porque es imposible que sus normas regresen para todos.
La mención de las personas, sus ideas y los hechos, independientemente de quién sea el promotor o el receptor, están pasando a un segundo plano. Ahora cualquier tribuna es importante, todas son buenas, para primero agredir y luego analizar.
Y, mencionando los zafarranchos del Congreso, son inadmisibles las maneras para aceptar o rechazar los actos democráticos y las normas.