Cuando falta un poco menos de un año para las elecciones presidenciales y parlamentarias en Colombia, y mientras acuciantes problemas de diferente índole afectan a las comunidades urbanas y rurales, cuya solución está en veremos porque los altos funcionarios del Estado están maniatados, sin funciones ni recursos, o dedicados a hacer campaña política a favor de la permanencia en el poder del populismo, de inspiración extremista de izquierda, surgen candidatos como maleza para crear más confusión.
La publicidad oficial, elocuente y mentirosa, difunde mensajes que pintan paisajes de ensoñación. Detrás de ellos hay una realidad dramática, que afecta a las comunidades marginadas (los pobres para los que el populismo dice gobernar, contra los capitalistas, culpables de expoliarlos), que no ha sido posible enfrentarla con eficiencia y pragmatismo, porque se imponen intereses mezquinos, incapacidad administrativa, falta de criterio técnico y enredos burocráticos.
Éstos, disfrazados de “controles” desde contralorías, procuradurías y fiscalías, consultas previas y licencias ambientales, que se justificarían si no cayeran en redes clientelistas que las manipulan, no hacen más que generar altos costos con nóminas amigueras y dilatar procesos en la ejecución de obras de infraestructura, por ejemplo, cuya “urgencia manifiesta” se justifica con decretos de emergencia inoperantes. Y la inseguridad con consejos de seguridad, que no son más que fachadas.
Ambos, decretos de emergencia y consejos de seguridad, atizan el clientelismo a favor de benefactores (léase “padrinos”) políticos; generan sobrecostos que financian sobornos, deterioran la calidad de las obras y, en el caso de la inseguridad, son inútiles, y dilatan en el tiempo soluciones a necesidades sensibles de las comunidades.
“Por sabido se calla”, dice el refranero, para omitir relaciones extensas de calamidades que estremecen la conciencia colectiva, provocando visitas oficiales de las que no quedan sino las fotos de primera plana y los reportajes de radio y televisión, para alimentar la vanidad de los altos funcionarios que acuden a “atender” los siniestros y desaparecen, no sin antes recibir las atenciones de las autoridades locales afectadas y cobrar los viáticos. Estos burócratas de alto rango, como los marineros del Farewell de Neruda, “(…) dejan una promesa y no vuelven nunca más”.
La lista de aspirantes a gobernar a Colombia a partir del 2026, con excepciones que la honran, recuerdan al bobo del pueblo a quien le regalaron una abundante comida porque se había avinagrado y decía, mirando el envuelto: Tanto pero tan maluco.
De la premura con que se adelantan las campañas surgen interrogantes acerca de la capacidad para gobernar de los precandidatos; la fuente de donde provienen los dineros para cubrir los altos costos que demandan; los reales apoyos políticos que dicen tener; y lo que piensan ejecutar como gobernantes, distinto de recuperar la inversión y pagar deudas.
Así las cosas, vistos los perfiles de algunos aspirantes y pensando en los males del socorrido pueblo, se recuerda el título de un libro de Álvaro Salom Becerra: Al pueblo nunca le toca.