Sin ánimo premonitorio, pero con el realismo que enseñan experiencias de países como Colombia en el entorno latinoamericano, es bueno advertir que las elecciones presidenciales y parlamentarias del 2026 serán cruciales para el futuro de la democracia y el desarrollo social y económico del país, seriamente amenazados por la izquierda populista que gobierna actualmente, con actores en posiciones claves, cuyos antecedentes y actuaciones lindan por los cuatro puntos cardinales con el código penal y amenazan con volver añicos lo que se ha construido con esfuerzos continuados.
Lo que Colombia ha logrado en más de 200 años de vida republicana no es un modelo de perfección; tiene muchos vacíos, pero al menos se enmarca en principios constitucionales y legales inspirados en valores éticos.
La secuencia de gobiernos, a partir de 1821, cuando en la Villa del Rosario de Cúcuta se dictó la primera Constitución y asumió la presidencia el Libertador Simón Bolívar, a pesar de la forma violenta de resolverse las diferencias políticas y de la improvisación en la implementación de los recursos para el desarrollo económico y social, ha mantenido un progreso sostenido, gracias a que se ha contado con una educación público-privada eficiente y de calidad, debida en buena parte a la gestión educadora de la Iglesia católica; y a la idea del general Santander de implementar la educación oficial “laica, obligatoria y gratuita”, que, pese a muchos tropiezos político-religiosos ha dado sus frutos.
Fundamental también ha sido el estímulo y el respeto oficial al emprendimiento privado, que ha desarrollado productividad: industrial, comercial, agrícola y financiera, entre otras, que, moderada desde el Estado a través de mecanismos de control, puede augurar cada día mejores condiciones para la clase trabajadora, y para la sociedad, en general.
No se pretende mostrar un panorama idílico, fantasioso, sino de advertir del peligro, ante ideólogos de un comunismo trasnochado que achacan sus fallas a quienes los antecedieron, al capitalismo empresarial y a la educación privada, con la propuesta delirante de un revolcón institucional, arrasando lo existente. “Cualquier situación, por mala que sea, es susceptible de empeorar”, dice el refranero, para advertir sobre las gestiones repentistas y teatrales de caudillos improvisados.
Para mal de la sociedad y para bien del populismo, en el caso colombiano, quienes aspiran a gobernar, con capacidades académicas, honestidad comprobada y recorrido por la administración pública, obran con egoísmo y desconocen que la falta de acuerdos y la desunión electoral les allana el camino a quienes quieren conservar el poder; y tienen en sus manos las herramientas logísticas de la burocracia oficial y los recursos económicos del erario, cuya chequera manejan a conveniencia.
La baraja de candidatos, alentados por serviles que tienen intereses personales, se extravía en sus aspiraciones e, inexplicablemente en personas que se supone son pensantes y razonables, facilita el triunfo de quienes van a continuar con la tarea arrasadora.
Mientras tanto, el “supremo” mira distraído para otro lado.