La teoría que contiene el titular de esta columna es aplicable al devenir histórico, especialmente político, cuando los actores, que representan los intereses de las comunidades y trabajan por su bienestar, hacen cualquier alianza con tal de privilegiar sus intereses personales.

La realidad actual es que la mentalidad de quienes manipulan el poder se acomoda a la medida de sus egolatrías ya los intereses económicos y burocráticos personales, y de sus servidores incondicionales, que son el soporte de los pedestales donde quieren erigir su “grandeza”.

Es el caso de los gobernantes actuales de potencias normalmente rivales, Rusia y Estados Unidos, Putin y Trump, cuyos egos alcanzan dimensiones siderales.

Ellos andan de la mano manipulando la seguridad universal, mientras dirigentes de los países afectados son actores forzosamente pasivos.

En el caso de Estados Unidos, es insólito que el sistema democrático del que ha sido paradigma le entregue el poder a un plutócrata demente, rodeado de millonarios sin ninguna formación como estadistas, que sólo entienden de asuntos bursátiles especulativos.

En cuanto a Rusia, Putin pretende ser un nuevo zar. El comunismo que inspiraron a Marx y Engels fracasó y nuevas políticas lograron un nivel económico y social razonable.

Lo más significativo fue liberar a países sometidos a sus designios, integrantes de la unión de república socialistas soviéticas (URSS), gracias al buen criterio del presidente Gorbachov (1931-2022), cuyo Gobierno (1988-1991) propició la independencia de países sometidos a la bota soviética, como Polonia, Ucrania, Bulgaria, Estonia, Letonia y otros, que recuperaron su autonomía política y administrativa.

El caso más elocuente fue la caída del muro de Berlín, que había dividido a Alemania, después de la segunda guerra mundial, en dos países: uno próspero, el occidental, RFA, que se convirtió en potencia política y económica mundial, y otro notablemente atrasado, el oriental, RDA, que, después de mucho tiempo, apenas se equilibra con su homólogo.

Ese aberrante sistema de países “aliados” es el que quiere retomar a Putin.

De ahí la arremetida para invadir a Ucrania, que Trump casi que apoya por su cercanía con Putin, con tímidas sugerencias, aunque sería absurdo que lo hiciera abiertamente.

Líderes latinoamericanos, de menor envergadura que Trump y Putin, pero con idénticos delirios mesiánicos, y demagogos alucinantes, aspiran a convertirse en abandonados de una organización regional semejante a la Unión Europea y plantean propuestas como la descarbonización de la energía y la eliminación de combustibles fósiles, sin que hayan hecho nada para sustituirlos y cuidar de recursos para hacerlo.

Los limitados recursos de sus países se dilapidan en dádivas populistas, burocracia improductiva y asistencia a foros internacionales para pronunciar discursos delirantes e insustanciales.

Mientras tanto, las comunidades que representan carecen de lo mínimo indispensable.

En ese punto se encuentran quienes deliran por el poder regional, con más ganas que méritos.