Se percibe en un amplio espacio de la administración pública, especialmente en los altos cargos, los de mayor responsabilidad y mejor remunerados, que deciden sobre asuntos vitales para las comunidades, un complejo sistema para alcanzarlos, que en muchos casos poco tienen que ver con la idoneidad ética y profesional de los aspirantes, imponiéndose intereses distintos al eficiente servicio que puedan prestar, porque prevalecen los compromisos con los “padrinos” y el lucro personal, que sirven para construir escalas y ascender al poder, suprema aspiración de quienes navegan en las turbulentas aguas del sistema democrático.

Eso requiere formar equipos o grupos que trabajen organizados para cumplir objetivos específicos, y alcanzar metas que conduzcan a ganar sistemáticamente elecciones municipales, regionales y nacionales, fortalecer liderazgos, ganar cargos y curules y así perdurar en el poder. Que no necesariamente se refiere al gobierno, porque la oposición es otra forma de gobernar, especialmente cuando se hace desde cómodas y bien remuneradas curules parlamentarias.

Lo que se ha visto en los últimos gobiernos colombianos, según analistas e informadores, que abundan, impulsados por las redes, cada vez más eficientes, para bien y para mal, es un ejercicio intenso (¿y estéril?) de altos ejecutivos, en el que predominan actividades que actúan de espaldas a las necesidades de la población, mientras que los protagonistas, glamorosos y superficiales, cumplen apretadas agendas de compromisos políticos y sociales, donde haya cámaras y micrófonos, para fortalecer la “imagen”, que es la vía que conduce a las urnas electorales, donde se consolida el poder, con la permanencia como objetivo para quedarse en él, per se o por interpuesta persona. Todos los caudillos tienen un “delfín”, depositario de su confianza y administrador de sus ambiciones, con fidelidad de mascota.

Obra de humanos, la política es cambiante. Los aspirantes a ser actores en ella deben acomodarse a las circunstancias si quieren hacer parte del elenco y permanecer, que es lo más complicado. Los modelos que se introdujeron en las últimas décadas han causado efectos traumáticos, especialmente en aspectos sensibles de la condición humana: la ética y las buenas costumbres sociales. La corrupción, el más destacado de tales modelos “innovadores”, tiene beneficios económicos y figuración pública, pero enfrenta peligros como la inseguridad jurídica y la inestabilidad laboral, dado que en los entornos del éxito merodean los celos y la envidia, en una verdadera pelea de perros de la que pocos salen ilesos.

Mientras se desarrolla la batalla de ambiciones por el poder: desigual, dura y perversa, en la que las armas de la inteligencia, el conocimiento y la perseverancia se han cambiado por el dinero, el tráfico de influencias y las alianzas mafiosas, las bases de la burocracia oficial trabajan para sostener el aparato del Estado, gracias a la carrera administrativa que les da estabilidad. Ese sistema lo creó el presidente Alberto Lleras Camargo (1958-1962). Ese sí, un estadista.