La palabra liberal se ha “desvalorizado”, por su vinculación con la política partidista, desde hace mucho tiempo desviada de las ideas sociales, altruistas y humanitarias relacionadas con el gobierno, para adentrarse por los caminos de la mezquindad, la corrupción, la burocracia y el poder sin principios ni valores.

La esencia del liberalismo permanece, porque es una idea que inspira a individuos y comunidades.

Por un fenómeno universal de precariedad, faltan líderes que busquen dirigir a los pueblos por senderos de bienestar y prosperidad, basados en enseñanzas filosóficas con sentido filantrópico. Gobiernan o aspiran a llegar al poder individuos con delirios egocéntricos y vanidades superfluas, con más maquillaje de estadistas que formación, experiencia y méritos.

Ellos, para ganar en “democracia”, necesitan recursos económicos. La tarea, entonces, es procurarlos, para lo cual, como en la lucha libre, todo vale. Los que coronan sus aspiraciones y alcanzan el poder encuentran la reposición de gastos en las arcas oficiales, para lo cual bastan hábiles manipuladores de las tesorerías y los presupuestos.

En un momento desafortunado de la historia, hasta las religiones, que por principio orientan los espíritus de las comunidades por senderos de solidaridad y de nobleza, cayeron en manos de “pastores” que se dejaron seducir por halagos mundanos y utilizaron a los pueblos que orientaban para conseguirlos.

Como en cualquier competencia, confrontaron creencias de distintos matices y diferentes liderazgos para conducir a las feligresías hacia los escenarios del poder económico y las guerras religiosas, que por desgracia persisten en algunos territorios, como India y Pakistán, territorios en los que budistas y musulmanes llevan siglos enfrentados, por asuntos territoriales y diferencias de credos.

El cristianismo, que profesa un alto porcentaje de la población universal, en épocas pasadas, de la mano de pastores politizados, aliados de gobiernos soberanos, no fue ajeno a guerras religiosas, desviándose de la caridad ecuménica de Jesús de Nazaret.

El dogmatismo, que motivó contrasentidos humanitarios como las cruzadas y otras formas violentas de consolidarse, se derrumbó cuando Juan XXIII, el papa bueno, llamó a los practicantes de otros credos “hermanos separados” y se abrazó con sus jerarcas en un gesto de verdadero espíritu cristiano.

Antes, el papa León XIII, a finales del siglo XIX, ante la confrontación entre el capital y el trabajo, proclamó la encíclica Rerum Novarum, reconocida como doctrina social de la iglesia.

Después, Paulo VI reclamó el progreso de los pueblos como un hecho de justicia de los países ricos con los pobres, para devolverles lo que el colonialismo les había arrebatado.

Y Francisco, el pontífice que acaba de fallecer, dio ejemplo de humildad y realismo humanitario cuando rechazó absurdas discriminaciones de los seres humanos en razón de sus condiciones personales.

Con León XIV se mantiene la esperanza de que su atractiva personalidad y sus sólidas convicciones humanitarias, unidas al poder moral que representa, conduzcan al rebaño universal por senderos de bienestar, sin discriminaciones.