Las que pueden ser virtudes se convierten en problemas cuando se tergiversan sus aplicaciones prácticas, especialmente por quienes tienen responsabilidades que afectan a comunidades complejas y sensibles, como un país diverso, multicultural y disperso. Lo menos que puede pedírsele a un gobernante es que tenga orgullo de su patria, de los valores humanos de sus compatriotas, de la diversidad geográfica y climática del país, de la abundancia de recursos naturales y de la exuberante variedad biológica.
Otra cosa es el orgullo personal, egocéntrico, superficial y soberbio, con delirios de superioridad y prepotencia, para enfocar todas sus actividades hacia el endiosamiento y el mesianismo, que conducen a la corrupción, porque, para sustentarlos, se requieren recursos económicos que los gobernantes tienen a la mano con presupuestos que desvían de sus objetivos humanitarios, que son un derecho constitucional del pueblo, para invertirlos en publicidad embustera, burocracia inepta pero sumisa, viajes injustificados con comitivas numerosas e innecesarias; y movimientos populares subsidiados, para mostrar apoyos que no trascienden los titulares de la prensa, pero el orgullo del caudillo populista los ve como si realmente fueran un respaldo a su gestión.
Peor aún es que el “obscuro e inepto vulgo” se deje engañar por alimentar ilusiones, para que se cumpla lo que dijo el genial escritor y político francés Víctor Hugo (1802-1885): “Entre un gobernante que lo hace mal y un pueblo que lo consciente hay una complicidad vergonzosa”.
El “gobierno del cambio”, como el caudillo populista lo bautizó, sólo ha sido real para lo malo, como destruir instituciones y sistemas de buen desempeño, por el prurito de que provienen de gobiernos anteriores, sin sano criterio ni lógica.
A pesar de esa ostensible perversidad, el primer mandatario llena plazas bochinchosas, aprovechando la ignorancia y la pobreza de gente que no se percata de que la prosperidad va en declive, sólo sostenida por sectores productivos por fortuna sobrevivientes, que ojalá resistan lo que resta del mandato actual.
La presencia internacional es ridícula, la seguridad cada día se deteriora más, la “paz total” es una farsa que ahora pretende el Gobierno que se adelante desde la Santa Sede, para que la vergüenza sea más vistosa; servicios básicos como energía eléctrica y gas están amenazados; la educación privada sufre una irracional persecución; a la cultura y el deporte se les restan recursos; la Fuerza Pública se ha disminuido mientras la delincuencia se fortalece; algunos proyectos de infraestructura son obstaculizados porque, según el orgulloso líder, sólo les sirven a los ricos; no existe unidad de gestión entre los altos funcionarios del ejecutivo, porque no se entienden entre ellos, o son enemigos declarados… El caos.
Arturo Humberto Illia (1900-1983), presidente de Argentina (1963-1966), depuesto por la dictadura de los generales, advirtió: “Una nación está en peligro cuando su presidente habla todos los días y se cree la persona más importante del país”.