El sorprendente y vertiginoso desarrollo de la tecnología en todos los estadios de la cotidianidad, que cubre a la población sin discriminaciones, y parece de obligatoria implementación, surge con sus innovaciones, que se aplican de inmediato, dejando atrás a muchos que no alcanzan a asimilar los cambios. Entre estos, especialmente los mayores. Alguien, en tono jocoso, propone que, para ejecutar muchas actividades y entender nuevos procedimientos, las personas mayores deben estar acompañadas por un menor responsable.
Cuando los abuelos les mencionan a sus nietos cómo se hacían antes determinadas cosas, y cómo funcionaban aparatos que ahora son historia, niños y jóvenes no creen. En los pueblos había telefónicas, a las que se tenía que acudir para hacer una llamada de larga distancia; y eso tomaba tiempo, y no pocas veces era infructuoso, cuando se dañaban las líneas. Una persona se iba del hogar y tardaban sus padres y allegados mucho tiempo para saber de ella. Porque, además, las cartas que se enviaban por correo tardaban en llegar…, cuando llegaban. Ahora la telefonía celular y el correo electrónico, literalmente, vuelan; y no hay distancias que las comunicaciones satelitales no puedan alcanzar.
Las procesadoras de palabras (computadoras), que reemplazaron a las máquinas de escribir, son, a juicio de quienes por oficio o afición tienen que escribir continuamente, una verdadera maravilla.
La tecnología, con sus avances, tan eficientes como sorprendentes, ha mejorado tratamientos vitales para la calidad de vida de la humanidad, como los de la Medicina, que cuenta con elementos de diagnóstico y cirugía, entre otros, que hacen que los procedimientos sean más precisos, dinámicos y efectivos y menos dolorosos.
Lamentablemente, sus costos limitan el acceso a ellos de buena parte de la población universal y los gobiernos, que deberían cubrirlos, tienen otras prioridades, como armamento, entre otras suntuosidades; y en el camino de la adquisición de equipos e infraestructura para la salud se atraviesa la corrupción, que es un mal pandémico.
Inversionistas privados cubren buena parte de las omisiones oficiales, pero las regiones apartadas, con poblaciones que a duras penas sobreviven, no tienen dolientes que cubran los costos, que son elevados. En lugares apartados, como si fueran pocas sus carencias y no padecieran el abandono oficial, imperan los grupos criminales, a los que el progreso y la tecnología no les va ni les viene, como no sea para aplicarlos a sus actividades ilegales y hacerlas más productivas.
Para bien y para mal, la tecnología se impone. De una parte, necesidades básicas se ven favorecidas, y los procesos se agilizan. Pero, al mismo tiempo, quienes buscan el lucro por vías expeditas se convierten en expertos en tecnología, para penetrar los sistemas financieros y defraudarlos.
Como si fuera poco el daño económico que causa la piratería tecnológica, ahora hay expertos en alterar otros procesos, como los electorales, que determinan la voluntad democrática de los pueblos.