El término nobleza, aplicado a las clases sociales, ha sido delirio de gente que sueña con preeminencias, inspirada en el mal ejemplo de las castas dominantes, que ostentan privilegios y ocios, envidia de súbditos y vasallos, cuya sumisión ha trascendido los siglos, pese a revoluciones como la francesa y la bolchevique, entre otras; y a declaraciones oficiales, con ordenamientos constitucionales, que hacen parte del ideario democrático, el más representativo de ellos la Declaración de los Derechos Humanos, que, pese a su inspiración, humanísticamente sublime, para muchos es letra muerta. “Vanidad de vanidades y sólo vanidad”, dijo el ensayista por excelencia y pensador francés, Montaigne (1533-1592), para identificar la vacua condición humana que no trasciende la superficialidad, pero reclama posición social privilegiada. Para intentar una justificación al embeleco de la nobleza, se puede invocar la posesión de la tierra, símbolo y razón de ser del poder, una de cuyas expresiones históricamente más relevantes fue el feudalismo en la Edad Media, sustento de gobiernos hereditarios, necesitados de alianzas para permanecer y extender dominios. Después del declive de los sistemas monárquicos, de los que apenas se mantienen unos pocos, la demagogia democrática ha seducido el apoyo de las masas ofreciendo “reformas agrarias”, para poner la posesión de la tierra en manos de los campesinos. En Colombia, la iniciativa registra varios intentos, que no han trascendido la frustración de labriegos cuyas ilusiones nacen, mueren y retoñan, igual que las plantas que cultivan. Una fórmula de la teoría económica, la “ley de la oferta y de demanda”, explica la avaricia de los terratenientes: mientras el volumen de la tierra no varía (oferta), la población crece (demanda), presionando al alza su valor. La circunstancia de tener mucha tierra significa “nobleza”, porque, además, incluye el vasallaje de numerosos subalternos y peones; y estos son una forma de crear “patrimonios” políticos (votos), alcanzar el poder y mantenerse en él. Por estas calendas que corren, las organizaciones criminales que posan de políticas; y las mafias de variada índole, tienen como objetivo poseer tierras, arrebatadas o compradas, que incluyen a quienes dependen laboralmente de ellas.  
Don José Ortega y Gasset, agudo observador del devenir social de los pueblos, sentenció: “Noble significa el ‘conocido’, se entiende el conocido de todo el mundo, el famoso, que se ha dado a conocer sobresaliendo sobre la masa anónima. Implica un esfuerzo insólito que motivó la fama. Equivale, pues, noble al esforzado o excelente”. Y agrega: “El noble originario se obliga a sí mismo, y al noble hereditario le obliga la herencia”. Esa definición descarta a advenedizos que reclaman noblezas derivadas de apellidos y de una supuesta “sangre azul”, más graciosos que respetables.
Colofón, del mismo Ortega: “El liberalismo es la suprema generosidad: es el derecho que la mayoría otorga a las minorías (…)” Y: “No es que falten medios para la solución, faltan cabezas”. Cualquier parecido…etcétera.