Como el navegante que se adentra en los mares ignotos donde las tempestades y los peligros acechan su barca, cada vez que el escritor se enfrenta al papel en blanco emprende una travesía hacia lo desconocido, guiado tan solo por la brújula de la imaginación y la pasión. En este periplo, batalla contra las tormentas de la duda y la desesperación, pero también descubre oasis de sabiduría y amor, donde las palabras se convierten en el bálsamo que sana las heridas del alma.
La pluma es una vara mágica con la cual el autor teje un hechizo de luz y sombra, confecciona historias, pincela narrativas, dibuja cuentos, construye fábulas, edifica relatos. Como el inmortal poeta chileno Pablo Neruda, cuya poesía es un canto al amor y a la naturaleza, el escritor encuentra en la comunión con el lenguaje la clave para desvelar los secretos de un alma que palpita con la melodía de las letras. Para lograrlo debe desentrañar lo que significa escribir. 
Escribir es sumergirse en un océano de palabras, donde cada gota contiene un universo de emociones. En este vasto mar, el autor navega por las corrientes de la inspiración, explorando las profundidades del espíritu en busca de tesoros literarios. Como el gran poeta francés Arthur Rimbaud, cuyos versos desafían las fronteras del lenguaje y la razón, el escritor se adentra en los misterios de la vida, en pos de la belleza y la verdad.
Escribir es encender una llama en medio de la oscuridad, una chispa de luz que ilumina el abismo del silencio y la opacidad y revela las sombras que se ocultan en lo más profundo de nuestro corazón. En este acto de valentía y autodescubrimiento, el autor enfrenta sus miedos y sus anhelos, liberando las emociones que laten bajo la superficie de su conciencia. Como el inmortal poeta inglés William Blake, cuya obra es un canto al amor y la libertad, el escritor trasciende las barreras de la existencia y se funde con el cosmos en un abrazo eterno.
Escribir es tejer un tapiz de sueños y recuerdos, un lienzo de sílabas que captura la esencia de la vida en sus múltiples facetas y matices. En este acto de creación, el autor se convierte en un pintor de verdades y mentiras, de sueños y frustraciones, de amores y de odios, dando vida a personajes y escenas que desafían los límites del tiempo y del espacio. Como la brillante escritora Virginia Woolf, cuya prosa es un reflejo de la complejidad y la belleza del alma humana, el escritor se sumerge en la imaginación, buscando en los confines de su ser las acuarelas que pondrán color a sus palabras. 
Escribir es escuchar el susurro de las musas en el silencio de la noche, un eco de lo divino que acaricia el alma del autor y lo impulsa a plasmar en letras el misterio de la existencia. En este diálogo íntimo con el ser, el escritor se transforma en un mensajero de lo eterno, un testigo de la belleza y la verdad que se esconden en las cosas más simples. Como el poeta rumano Mihai Eminescu, cuyos versos son un canto al amor y la naturaleza, el escritor encuentra en la inspiración la fuerza necesaria para dar voz a sus pensamientos.
Escribir es, en última instancia, un acto de amor hacia uno mismo y hacia el universo que nos rodea. En el altar de la palabra, el autor rinde tributo a la inmensidad de la vida, buscando en la comunión con el lenguaje la clave para desentrañar los enigmas del ser y del cosmos. Como el genial escritor argentino Jorge Luis Borges, cuya obra es un laberinto de espejos y metáforas, el escritor se adentra en los senderos del espíritu, explorando las múltiples facetas de la realidad en busca de la esencia de la vida.
Escribir es la vida y la muerte, la gloria y el fracaso, el antes y después, es el resumen de nuestros días para otra existencia, es dejar plasmada la intemporalidad del ser para ser recobrada después. ¡Gracias al eterno creador por esta bendición!