Las constituciones trascienden el tiempo. Unas, reflejo de sociedades de ideales escuálidos se convierten en simples protocolos de gobierno. Otras, producto de fértiles etapas intelectuales, son testigos fieles del palpitar de las ideas sobre los intereses de los hombres. Este es el caso de la Constitución de Villa del Rosario de 1821. Esta carta magna, redactada bajo la influencia del pensamiento masónico de Simón Bolívar y Francisco de Miranda, quien había muerto 5 años antes, pero cuyos ideales aún gravitaban en la naciente república, introdujo elementos clave como la igualdad ante la ley, la participación ciudadana y la separación de poderes, sentando así los cimientos para el desarrollo ulterior del sistema político colombiano. La Constitución de Villa del Rosario representó un esfuerzo por plasmar los ideales democráticos en un contexto legal, y marcó el inicio de una tradición constitucional que ha perdurado a lo largo de los siglos. 
Este documento fundacional que contempló la plena libertad de expresión, reflejó la influencia de la masonería, que abraza la palabra “libre” como pilar de una sociedad justa. Esta disposición no solo testimonia el compromiso con los principios republicanos sino también la manifestación de la búsqueda de una sociedad basada en la tolerancia y el intercambio libre de pensamientos. El alcance de nuevas reformas contractuales para la libertad social, económica y política se erige como una muestra de la visión de Miranda y Bolívar, quienes buscaban establecer un orden que permitiera el florecimiento de la libertad individual y colectiva. Estas reformas no solo buscaban romper con las ataduras coloniales sino también propiciar un ambiente ideal para el desarrollo pleno de la sociedad.
Este texto también dispuso el fin de la Inquisición y las reformas relativas a los obispos, arzobispos y bienes de la Iglesia, que reflejan el compromiso con la separación de poderes y la limitación del poder eclesiástico. La visión de una república laica, inspirada en la fraternidad, se materializa en estas disposiciones, marcando un quiebre con el pasado colonial y sentando las bases para una sociedad más inclusiva y diversa. El carácter popular y representativo del Gobierno de Colombia, refleja la construcción de un sistema político donde la participación ciudadana es esencial. Esta disposición evidencia la convicción de que el poder emana del pueblo y debe servir a sus intereses.
La división en tres grandes departamentos —Cundinamarca, Venezuela y Quito— y la elección de representantes a través de asambleas parroquiales, responden a la idea de descentralización y participación local en la toma de decisiones. Este enfoque federalista, si bien coexiste con un espíritu centralista, refleja la influencia de las ideas sobre la autonomía de las regiones y la promoción de la libre autodeterminación. Por otra parte, la estructura bicameral del Congreso, compuesto por el Senado y la Cámara de Representantes, constituye el pilar para la actual estructura de la separación de poderes y el establecimiento de mecanismos de control y equilibrio.  
Como anécdota final, Santander muestra a sus hombres una espada desenvainada sobre una constitución para indicar que aún la espada del libertador debería estar subyugada al poder constitucional. Este relato subraya la importancia de las leyes por encima de cualquier individualidad, un principio masónico arraigado en la supremacía de la ley.
La Constitución de Villa del Rosario de 1821, gestada bajo las influencias del pensamiento masónico de Simón Bolívar, heredero a su turno de la ideología de Francisco de Miranda, es un monumento jurídico que refleja la amalgama de principios republicanos, descentralización y participación ciudadana. Este documento deja una huella profunda en la historia del constitucionalismo colombiano al encarnar la visión masónica de una república justa, equitativa y basada en la voluntad soberana del pueblo.