Más que la coincidencia, en el tiempo y en el espacio, de un evento potencialmente peligroso -como un deslizamiento o una inundación- y el grado de exposición de ciertos elementos propensos al daño -como vidas humanas, viviendas, obras de infraestructura o ecosistemas- nos ha enseñado nuestro profesor Ómar Darío Cardona que el riesgo es "un déficit de desarrollo" y que un desastre, en este contexto, corresponde a "conflictos de desarrollo no solucionados".
El riesgo de desastres lo construyen las sociedades.
Recordemos, por ejemplo, que durante las décadas de los 60 y 70 nuestra ciudad empezó a poblar las laderas perimetrales de fuerte pendiente, con otros grandes condicionantes naturales.
Una lluvia fuerte -en ese entonces- significaba la pérdida de muchas vidas humanas.
Por otro lado, el riesgo moldea a las sociedades.
Nuestra conciencia alrededor de este tema ha generado una percepción cultural del problema a través de las comunidades (aunque en muchos casos aún no se sientan parte de la solución) y sobre todo una fuerte institucionalidad, desde la creación de nuestra querida Cramsa (hoy Corpocaldas) y terminando por el énfasis que ha tenido el tema en los Planes de Desarrollo Municipales.
Por eso, se dice que "gobernar es anticiparse".
El riesgo, por ser un complejo problema de construcción social, es fruto -más allá de la "irresponsabilidad" de los habitantes que habitan zonas de amenaza alta- de la falta de oportunidades.
Desafortunadamente, en nuestro entorno hemos entendido y abordado con cierto éxito este reto técnico, a partir de las enseñanzas que nos han dejado las tragedias ocurridas en Manizales.
Diferente es la valoración objetiva de la percepción social y de la visión institucional.
Avanzar en la "Gestión Prospectiva del Riesgo" no sólo es procedente, sino prioritario.
Por eso, bien ha planteado el director de Corpocaldas la creación de un "Centro Inteligente de Gestión del riesgo", en el que confluyan estrategias de conocimiento, incorporación del riesgo en la planificación, reducción del riesgo con acciones no estructurales y estructurales (las obras deben seguir ejecutándose) y los procesos de educación para la prevención de desastres (como por ejemplo, el programa Guardianas de la Ladera).
El costo más alto en la "Gestión Integral del Riesgo" es la inacción y "retar la naturaleza", nos conduciría a tener que lamentar nuevas tragedias.