El Gobierno del presidente Petro ha estado marcado por la improvisación, la inexperiencia, la politización de los argumentos técnicos, la descalificación de la tecnocracia no ideologizada y el desprecio de algunos sectores productivos como consecuencia de sesgos mentales; de filosofías que definen a los empresarios como explotadores, a los ganaderos como paramilitares, a la inversión extranjera como imperialismo económico, a la seguridad como autoritarismo, al sector privado como egoísta, a la banca como usurera, a los críticos ciudadanos como “ricos” y “asesinos”…, y así podríamos seguir el rastro de unos sesgos que conciben la sociedad como un campo de batalla de clases sociales en el que interactúan en forma incansable explotadores y explotados.

Un discurso que el mundo oyó con mucha fuerza hace varias décadas, pero que hoy se refugia en algunos pocos lugares fuera de la historia y que se aferran a ese espíritu vetusto de los años 60 del siglo pasado, que se encarna hoy en personajes en los que se intercala lo caricaturesco y lo patético con lo sanguinario.

No es si no ver el régimen cubano que congeló a su sociedad en los años 50 del siglo XX o a Ortega con su lenguaje anacrónico que no tendría ningún impacto si no fuera porque su pronunciación está impulsada por fusiles, arbitrariedades y calabozos, y qué decir de Maduro, que suprimió cualquier formación teórica para ejercer la misma brutalidad de los demás, pero despojado ya de cualquier justificación ideológica. Se podría decir que es la brutalidad por la brutalidad misma.

Lenin hablaba del revolucionario profesional como un experto teórico que llevaba al proletariado a los cambios sociales. Qué diría hoy ese mismo Lenin de personajes como Maduro, que suprimieron cualquier formación para ejercer el poder sin disfrazar la trampa, la fuerza, la arbitrariedad y el abuso.

Ya ni siquiera se esfuerzan por ocultar la trampa. Hasta la creatividad para parecer legítimos se les acabó. Al fin y al cabo tienen los fusiles y la arbitrariedad y piensan que eso es suficiente para mandar y hacerse obedecer. El radicalismo los lleva hasta a atacarse entre ellos mismos. No hay sino que ver a Daniel Ortega descalificando a Lula y a Petro por haberse atrevido a pedir garantías en el proceso electoral venezolano.

Ese mismo Ortega que lleva 5 mandatos y que en la última elección metió preso o exilió a cualquiera que pretendiera lanzarse como contendor electoral. Ese sesgo mental hace que tarde o temprano terminen atacándose entre ellos mismos. Ortega terminó llamando “arrastrados” a Lula y a Petro por no haber avalado el evidente fraude electoral que vivió Venezuela. Ortega, en esa lógica mental que comparten quienes participan de esas ideologías tan radicales, ahora ve como enemigos a los que no tienen la sumisión que esperan de todos; es decir, paradójicamente están tratando a Petro y a Lula de la misma forma en que Petro trata a los que lo controvierten a él.

Los colombianos deben saber que esa mentalidad que nosotros muchas veces vemos como anecdótica termina evolucionando hacia el radicalismo que hoy vemos en Miguel Díaz-Canel, Daniel Ortega o Nicolás Maduro. Las ideas son las mismas, solo que algunas han tenido más tiempo para despojarse sin pudor alguno de cualquier disfraz democrático.