Hay momentos en la vida de un país que, como las cicatrices en el alma, no deben olvidarse. Esos momentos deben ser recordados con dignidad porque en ellos hay una lección. El Gobierno de Gustavo Petro es uno de esos momentos para Colombia. Un capítulo marcado por el abuso de poder, por la confusión entre agitar y liderar, entre prometer y no cumplir. La democracia no solo se mide por lo fuertes que son sus instituciones, sino por la calidad de las personas que las lideran. Cuando esa calidad se pierde, el pueblo tiene que aprender.

El primer aprendizaje es entender el valor de la separación de poderes. Un presidente que ve cada fallo en su contra como una traición, que considera cada sentencia judicial como una conspiración, no sabe lo que es la democracia.

Para él, la democracia es solo una extensión de su propia voluntad. Cuando el presidente descalifica al Congreso, insulta a los jueces y ve en los medios de comunicación libres una amenaza constante; no está gobernando, está destruyendo los cimientos del pacto republicano.

Colombia debe aprender que quien no respeta los límites no merece el poder.

El segundo aprendizaje tiene que ver con el equipo. Un presidente no gobierna solo. Necesita un buen equipo, con gente capacitada y preparada, con personas que tengan principios. Petro eligió la lealtad ideológica sobre la competencia, la militancia por encima del mérito, y la improvisación por encima de la preparación. El resultado de esas decisiones fue descoordinación, ineficiencia y corrupción.

El próximo presidente debe rodearse de personas que sepan hacer su trabajo bien, no de seguidores de ideología.

El tercer aprendizaje es el valor del carácter. No hay ningún programa político que pueda sustituir la integridad. Ninguna reforma puede compensar la soberbia. Un país no necesita profetas, necesita líderes responsables. La vulgaridad pública, las salidas en falso y la agresividad como estilo no son solo anécdotas, son señales claras del alma de un líder.

El ciudadano debe entender que el tono de un líder dice mucho sobre cómo se relacionará con el poder.

El cuarto aprendizaje es evaluar la ideología. Petro llegó al poder convencido de que toda la economía estaba en manos de delincuentes, que los empresarios eran explotadores por naturaleza, y que solo él y su círculo cercano entendían lo que el pueblo necesitaba.

Como escribió Tocqueville, cuando el poder se cree dueño exclusivo de la voluntad del pueblo, ese pueblo queda excluido. Colombia debe exigir líderes que busquen el bien común, no venganzas ideológicas.

Finalmente, hay una enseñanza más: La vida personal también cuenta. El desorden en la vida privada se refleja en el desorden público. El que no puede gobernarse a sí mismo difícilmente podrá gobernar a los demás.

No es cuestión de moralismos, sino de coherencia. El próximo presidente debe tener equipo, carácter, límites y visión. No basta con uno de estos atributos, debe tenerlos todos. Aprender es recordar de forma clara.

Elegir mejor es lo único que puede hacer justicia tras el dolor. Que el trauma no se convierta en rutina. Que la decepción no nos lleve al cinismo. Que la memoria se convierta en coraje, y que ese coraje, esta vez, sepa elegir bien, por el bienestar de todos.