Gustavo Petro actúa como si fuera el vocero autorizado de un pueblo que, en realidad, se siente cada vez más distante de su manera de pensar, de gobernar, de ser.
En su permanente divagación, el presidente se imagina multitudes fervorosas que lo siguen, que acatan sus llamados como si fueran mandamientos, que repiten obedientemente sus consignas y que lo aclaman como si fuera un redentor.
Pero esa es una ilusión alimentada por su propio ego. Nada más alejado de la realidad. El pueblo colombiano es sabio. Ya entendió que Petro no gobierna para el pueblo, que no atiende sus necesidades, que no escucha, que no propone ni soluciona.
Petro se alimenta del caos. Su estrategia es mantener a la sociedad en confrontación constante, como si la revolución social fuera una forma de gobierno.
En medio del desorden, cree que se olvida el fondo: un Gobierno sin dirección, sin capacidad de ejecución, sin liderazgo efectivo. Un presidente más concentrado en sus delirios ideológicos y en proyectos fantasiosos que jamás se concretan, que en ofrecer resultados reales a los ciudadanos.
No hay encuesta que no evidencie el cansancio del pueblo con este Gobierno. El pesimismo se ha vuelto regla, la desesperanza crece, y mientras tanto, el presidente se refugia en la banalidad: operaciones estéticas, exceso de burocracia, cambio de gabinete como si fueran caprichos. 

Ministros que entran y salen sin explicación, ni respeto, improvisación rampante y un país que, desconcertado, ve cómo se desploma su institucionalidad ante sus ojos.
Cada día hay un nuevo escándalo, una nueva crisis, una nueva mentira oficial. A los altos cargos han llegado personas sin la preparación, el carácter, ni la trayectoria para desempeñar funciones de Estado. La grosería, la vulgaridad, el irrespeto se han vuelto rutina.
Exministros revelan dinámicas de drogadicción, se denuncian redes de corrupción sin rubor, se atropellan los otros poderes públicos, y se actúa con una arrogancia que raya en el desprecio por la democracia.
¿Qué mensaje le están enviando al país? El pueblo colombiano merece más. El pueblo colombiano, es más. Es infinitamente más decente, más trabajador, más respetuoso, más coherente que el Gobierno que hoy lo representa. Un pueblo que se esfuerza, que no vive de subsidios ni discursos, que no aplaude la confrontación, que simplemente quiere vivir en paz y salir adelante con dignidad, sin propaganda, sin mesianismos, sin manipulación.
La consulta popular que propone Petro no es para oír al pueblo. Si quisiera escucharlo, ya habría resuelto sus problemas más urgentes.
Esa consulta es solo una excusa para hacer campaña política, para derrochar recursos públicos en la promoción de su sucesor, para hacer trampa antes de tiempo. No es participación, es manipulación. No es democracia, es oportunismo disfrazado de falsa épica.
Pero el pueblo sabrá responder. En las urnas. En su momento. Porque esta etapa, oscura y vergonzosa, también pasará. Y cuando pase, quedará claro que el pueblo siempre fue más grande que sus dirigentes.
Un pueblo digno frente a una dirigencia que ha perdido toda altura y toda vergüenza.