Las nuevas propuestas arancelarias impulsadas por el presidente Donald Trump, orientadas a restringir la entrada de productos extranjeros al mercado estadounidense, generan una preocupación creciente en América Latina.
Aunque se presentan como una medida de protección para la industria norteamericana, sus efectos trascienden fronteras y golpean con especial fuerza a economías como la colombiana, que mantiene una relación comercial cercana y estratégica con Estados Unidos.
Cuando se elevan barreras comerciales los primeros en sentirlo son los productores que exportan hacia ese país. Colombia no es la excepción. Sectores como el agrícola, el textil y el manufacturero enfrentan hoy mayores dificultades para acceder a su principal mercado de destino.
Esta pérdida de competitividad no solo reduce el ingreso de divisas, sino que también pone en riesgo empleos y limita nuevas inversiones. Es un golpe silencioso, pero persistente, que afecta el corazón productivo del país.
Además, muchos de los bienes e insumos necesarios para el desarrollo industrial en Colombia provienen del extranjero.
Al encarecerse estos productos debido a nuevas políticas arancelarias o por la incertidumbre global que generan, se elevan los costos de producción internos. Esta presión termina reflejándose en los precios finales, afectando directamente el bolsillo de los hogares y acentuando un fenómeno inflacionario que ya viene preocupando a las familias colombianas.
Este entorno volátil también afecta la confianza. Las decisiones proteccionistas introducen una sensación de inestabilidad en los mercados, lo que desalienta a los inversionistas. Cuando no hay claridad sobre las reglas del juego, la innovación se detiene y las oportunidades de crecimiento se ven postergadas.
Lo que está en juego no es solo el presente, sino las posibilidades de desarrollo sostenible a futuro.
Colombia necesita una respuesta firme, sensata y enfocada en soluciones concretas, más que discursos ideológicos o enfoques rígidos. El país requiere una estrategia basada en la apertura inteligente, el respeto a la iniciativa privada, la responsabilidad fiscal y un Estado que actúe como facilitador del desarrollo, no como un obstáculo.
Es momento de confiar en el talento y en la creatividad de los colombianos. Cuando se libera el potencial del individuo y se protege la libertad económica, la sociedad florece.
La historia ha demostrado que el progreso surge cuando se respetan las reglas claras, se protege la propiedad privada y se permite que las personas emprendan, innoven y generen valor sin cargas innecesarias ni controles que asfixien su impulso.
El presidente Petro tiene hoy la oportunidad -y la responsabilidad- de liderar con pragmatismo. Colombia debe fortalecer su integración con nuevos mercados, reducir la dependencia de un solo socio comercial y generar condiciones atractivas para la inversión nacional y extranjera.
La política monetaria debe mantenerse firme en el control de la inflación, y la política fiscal debería enfocarse en sostenibilidad, no en populismos que comprometan el futuro.
En un mundo cada vez más incierto, la mejor herramienta para defender a Colombia del proteccionismo global no es replicar sus prácticas, sino mostrar que un país abierto, libre y regido por instituciones sólidas puede sortear cualquier tempestad. No es momento de imponer modelos cerrados.
Es momento de abrir caminos, de pensar con claridad y actuar con valentía. Aunque, a decir verdad, no me hago ilusiones con Petro.