Un día su hermano desaparece. Usted lo busca por todas partes, no lo encuentra. Al fin, meses después, lo llaman. Le dicen que ya supieron qué pasó con él.

Le piden que vaya a reuniones inservibles, que firme papeles infinitos, que suba escaleras laberínticas. Le exigen paciencia para que funcione Su Majestad la Justicia.

Desde lo alto de su tribunal, una juez le descarga estas palabras: “Su hermano fue dado de baja durante un combate en Floridablanca, lo encontraron con un rifle y una mochila del Eln”.

Le parece muy extraño. Usted sabe que él había desaparecido en Soacha, en el barrio Porvenir (por lo menos a diez horas de Santander en carro).

De una carpeta de documentos burocráticos la juez hace aparecer algunas fotografías. Un tiro en la cara no le logra borrar del todo el rostro a su hermano. Sí, es él, pero mal disfrazado de guerrillero: está vestido de camuflado y, debajo, se le ve una sudadera.

Le parece todavía más extraño. ¿Una sudadera debajo del camuflado? ¿No son los camuflados lo suficientemente pesados como para usarlos con sudadera? ¿Y a quién se le ocurriría ponerse también una sudadera en semejante calor?

Lo invitan con toda cordialidad, con toda deferencia, a asistir a la exhumación del cuerpo de su hermano para que verifique el gran trabajo de Su Majestad la Justicia.

En la tumba descubre que fue sepultado como NN También descubre lo que quedó de él: unos huesos, el cráneo con la marca del tiro de gracia. Arrodillado, recuerda su vitalidad, cuando esos huecos eran ojos que lo miraban, cuando esos huesos eran abrazos.

Usted llora. Pero sabe que debe constatar, hay muchas cosas que no le cuadran. Lo detalla y se da cuenta de algo adicional: además del tiro de gracia, el cadáver de su hermano tiene puestas dos botas. Se fija y no se sorprende al reparar que están nuevas. Ambas para el pie izquierdo.

Por un momento, aunque sea en la ficción de las palabras, usted es Cecilia Arenas, una de las mujeres de la asociación de las Madres de Falsos Positivos (Mafapo), a quien le tocó padecer esta historia kafkiana con su hermano Álex.

Alguien dirá que las dos botas para el pie izquierdo son señal inequívoca de que es una farsa de la ideología izquierdista (petrista, comunista y el largo etcétera de epítetos de quienes piensan como metiendo las palabras en paquetes: si son “esto”, entonces son “aquello”).

O que en ese sector de Floridablanca se acostumbra a andar así. O que la muerte de un muchacho que “no estaba recogiendo café” cómo va a contrariar a la otra Majestad, la Seguridad Democrática.

Alguien como Andrés Rodríguez, el concejal de Medellín del Centro Democrático, que vino a Manizales a vandalizar (“vandalizar”, porque el señor Rodríguez hace exactamente lo que critica: “vandaliza”) el mural de “Las cuchas tienen razón”, mural que reivindica el dolor de mujeres como Cecilia, quienes han perdido a sus familiares por los falsos positivos del Ejército Nacional de Colombia.

A estos personajitos se les pide solo un poco de grandeza. Solo un poco de grandeza, pero hasta eso les queda grande.

Julián Bernal Ospina