Faltaban solo diez cuadras para llegar. Era la una y veinte de la madrugada. Llovía (en Bogotá ciertas noches la lluvia es infinita). Pasamos un semáforo en verde cuando nos avisó el golpe: una camioneta Toyota nos chocó a los dos carros que tomábamos la carrera 15 hacia el norte. Golpes, ruidos de llantas, de latas rotas, “¡se voló, se voló!”.
Apenas nos dimos cuenta de que nos chocaron, la camioneta huyó. “¿Estás bien?¿Te golpeaste?”, “¡Llama al seguro!”, “¡Voy a coger a ese h.p.!”. Quedamos en mitad de la vía de la calle 134 con dirección hacia el occidente.
La Toyota le había dado primero a un carro rojo que resultó al borde de un caño. Luego el carro donde íbamos recibió el impacto en la parte delantera derecha y la llanta resultó torcida: el carro ya no podía moverse.
Seguía lloviendo (en Bogotá ciertas noches la lluvia es infinita). Segundos después el conductor del carro rojo se bajó y señaló algo que se veía en un charco: la placa de la camioneta (a veces el azar trae cierta justicia).
Habíamos salido a las cuatro de la tarde de Manizales para aprovechar el domingo de la Filbo (los domingos de Filbo también son infinitos). Empacamos dos cajas llenas de libros nuevos en el baúl del carro y las maletas con ropa para dos semanas.
Sería la primera Filbo para nuestra editorial, Jaravela Editores. Todo había transcurrido bien hasta que el destino -o un conductor que probablemente iba borracho- decidió amargarnos el viaje.
Mapfre, el seguro del carro, nos hizo esperar tres horas para decirnos que a la madrugada no había grúas disponibles (las peleas con el seguro son infinitas). A las cinco de la mañana llegamos al apartamento donde íbamos a pasar esa noche (a veces el infinito dura tres horas), con la frustración en la cara y dolores aquí y allá (solo algunos golpes leves).
Supongo que es mejor escribir las historias que vivirlas. Lo que tal vez no dudo es que esta (que ojalá solo fuera un cuento) me evocó escenas de editores que empacan como pueden los libros en sus maletas de viaje para llevarlos a las ferias a donde van.
Una librera me habló de “Mula de Papel Editores”, editorial que lleva su nombre por eso: por las mercancías de papel encaletadas en las maletas. Pensé en todo lo que tienen que pasar los editores para dar a conocer su trabajo (a pesar de que, a veces, no sean reconocidos).
Al final llevamos nuestros libros al estand de Caldas y al Colectivo Huracán, este último de editoriales independientes (a veces el tedio infinito no dura para siempre).
Recordamos con gracia lo que pasó y hemos contado el chiste manido en redes: el genio de la lámpara malinterpretó nuestro deseo de colisionar el mercado del libro de Bogotá. Uno de los títulos que transportábamos era “Manual sangriento de superación personal”, del escritor Martín Franco Vélez. El “Manual sangriento” casi se vuelve más que una metáfora (y, como una frase subordinada, el choque que vivimos será un recuerdo del cual podremos prescindir).